La permanencia del clasicismo en la Edad Media

 

A través de toda la Edad Media, los pueblos occidentales conservaron un extraño recuerdo de la antigüedad clásica. Teodorico, Carlomagno y los emperadores germánicos (los tres Otones, Enrique VII y Federico II) soñaron con restablecer el Imperio romano y fundar el prestigio de su autoridad sobre la base de aquella unidad de Roma que no había cesado de intrigar a las gentes. Carlomagno intentó con sincero entusiasmo iniciar un verdadero renacimiento de las letras latinas. No obstante, después de tantos siglos de oscuridad, se tenía un conocimiento erróneo e incompleto de todo lo antiguo. Hornero, por ejemplo, era leído en un extracto falsificado, llamado el Dictys y Dores, donde Héctor y Aquiles se desafían e interpelan como Tristán o Lancelote en los libros de caballerías. Las obras de Virgilio se copiaron mil veces, pero sobre todo para aprender a versificar. Habrá de aguardar hasta mediados del siglo XIV para hallar un primer humanista, Petrarca, que conozca y comprenda en Occidente los poemas homéricos. La leyenda según la cual Petrarca fue encontrado muerto, después de haber velado toda una noche, sobre un manuscrito de Hornero es harto definitoria de los tiempos que ahora comienzan. Boccaccio es ya casi un helenista; él y Petrarca formaron violento contraste con Dante, que tenía de la antigüedad un conocimiento aún medieval. Por fin, casi a mediados del siglo XV, ante la amenaza de los turcos sobre Constantinopla, se reunió el Concilio de Florencia, y a él acudieron el emperador de Oriente y sus prelados y ministros. Algunos, como Besarión, se convirtieron al romanismo y se establecieron en Italia; ellos son los que importaron la mayor parte de los manuscritos griegos que se posee actualmente en el Vaticano y en Florencia, y los de la biblioteca de Mesina, entonces recién fundada, algunos de los cuales después pasaron a El Escorial.
En Italia tan sólo los enemigos de la Iglesia, durante la Edad Media, buscaron alianza con la tradición pagana. Sin atreverse a abjurar de la fe católica, aquellas figuras hostiles al poder eclesiástico se aferraban a la antigua tradición grecolatina, que sólo conocían vagamente. Crescencio, el patricio romano que aprovechándose de la permanencia de los papas en Aviñón se hizo proclamar cónsul, construyó con mármoles del Foro Boario una casa, que aún se conserva y es una bárbara muestra de lo que se podía llegar a obtener en aquellos tiempos tratando de imitar la antigüedad. Arnaldo de Brescia, en el siglo XIII, proclamó la necesidad de reconstruir el Capitolio, y el famoso tribuno Cola de Rienzo distrajo sus ocios copiando inscripciones antiguas.
Pero el más famoso rebelde a la autoridad eclesiástica, y por lo mismo entusiasta de la antigüedad, fue el emperador Federico II, quien vivía cual verdadero pagano en sus residencias de la Italia meridional, rodeado de más artistas, juristas y literatos que de clérigos. Para sus castillos de Castel del Monte, Lucera, Trani, Bari y Bitonto hubo de adoptar el estilo gótico francés dominante en aquella época para la arquitectura militar, con grandes bóvedas de piedra sostenidas por arcos aristones, que hacían el efecto de costillas o cimbras permanentes, y en ese lugar el estilo clásico no transpira más que en la escultura decorativa, en algunas cabezas empleadas para terminar los arcos y en la ornamentación de las puertas de la fachada.
Para otra clase de monumentos, allí, en la Italia meridional, tierra clásica por excelencia, el propio Federico II dio impulso a un tipo de arte que ya es decididamente un esfuerzo de restauración de la antigüedad clásica, como un conato de renacimiento. Algunos relieves de pulpitos de la Italia meridional anteriores al Renacimiento toscano demuestran un vivo espíritu de imitación del arte antiguo. El arco triunfal que hizo construir Federico II en la ciudad de Capua es un monumental esfuerzo donde el estilo clásico se intentó aplicar en gran escala. Allí empezaba el ramal de la vía romana que llevaba por Apulia y Basilicata hasta Brindisi.
Era, en realidad, la puerta de entrada a la región predilecta del emperador, y además su arco triunfal estaba a la cabeza del puente sobre el río Vulturno, lugar estratégico y de gran significación política. El arco fue destruido, y sólo fragmentos de las estatuas que lo decoraban dan perfecta idea del estilo de los artistas que rodeaban a Federico II. A pesar de las mutilaciones sufridas, la estatua sedente del soberano permite advertir en los ropajes, muy bien imitados, el estilo de los mármoles antiguos, lo mismo que las cabezas que iban en pináculos y la personificación, en busto, en la ciudad de Capua. El busto de su ministro Pietro della Vigna está coronado de laurel, como el de un cónsul romano, y en la barba y en los cabellos se echa de ver la imitación de los tirabuzones, de los fundidores griegos antiguos.

 

Moneda de oro con la efigie de Federico II

Moneda de oro con la efigie de Federico II Hohenstaufen. Esta moneda de oro acuñada en la época de Federico II remite al modelo de las monedas augustas de la antigüedad clásica romana.