Han sobrevivido en Francia pocos frescos de esta época. Los restos de pinturas murales góticas francesas son simples imitaciones de despiezos de piedra, combinados a veces con adornos de flores de lis. Raramente, como en una bóveda del oratorio de la casa de Jacques Coeur, en Bourges, se conservan figuras bellamente dibujadas (ángeles en este caso) entre los arcos de la bóveda.
En cambio, existirían en abundancia en la Francia gótica, pinturas sobre tabla tan excelentes como las esculturas en piedra o los relieves en marfil. En los altares y objetos muebles que desaparecieron durante las guerras de religión y la Revolución debía de haber obras maestras de pintura. Algunas de tales obras maestras se conservan, pero son muy escasas y entre ellas cabe destacar por su calidad extraordinaria, la tabla de la Piedad de Villeneuve-lés-Avignon que actualmente se encuentra en el Museo del Louvre, y la de la Coronación de la Virgen, obra de Enguerrand Charonton, todavía conservada en Villeneuve-lès-Avignon, ambas del primer cuarto del siglo XV.
Por otra parte, el arte de decorar libros con pinturas tenía antecedentes gloriosos en la miniatura francesa de la época carolingia. Pareció amortiguarse su fantasía creadora en la época románica; los libros franceses ilustrados de los siglos XI y XII no permiten sospechar las magníficas obras que se producirán más tarde. La importancia de la miniatura gótica francesa desdice en cierto modo del tamaño de los manuscritos.
Habitualmente, los libros con miniaturas de las escuelas carolingias eran códices monumentales, y las ilustraciones eran más bien cuadros pintados sobre pergamino que decoraciones de un texto. En la época gótica, el libró se reduce al tamaño que es más corriente en la actualidad, y la miniatura es realmente un enriquecimiento de un escrito. Forma ya parte del arte del artífice librero, no del pintor.
El reinado de San Luís marca el apogeo de la escuela de iluminadores de libros, que tiene su principal centro en París. Dante, al encontrar en el infierno al más famoso miniaturista italiano de su época, hace honor a aquel arte: ch’alluminar é chiamata in Parigi…
La Universidad se vio obligada a dictar medidas prohibitivas en vista del abuso, entre los estudiantes, de los libros caros e iluminados que imponía la moda. En el siglo XV se formó en Aviñón otro centro importante de decoración de libros, pero éste experimentando ya fuerte influencia italiana.
Los manuscritos ilustrados no son las Biblias voluminosas y sacraméntanos monásticos del período carolingio, sino textos aislados, salterios y evangeliarios para uso personal o de piedad doméstica. Las Biblias completas no llevan ilustración marginal, sino páginas enteras decoradas con escenas dentro de un marco que se ha subdividido en recuadros.
En la época de Felipe Augusto y San Luís los libros más característicos son los salterios. En ellos había dos tipos de miniaturas: uno que imita las formas de los ventanales o vidrieras, dividiendo la página por medio de círculos dentro de los cuales están representados los episodios narrativos; en el otro, las escenas se hallan encerradas por un marco con fondo de arquitectura: pináculos, rosetones, tejados y arcadas con contrafuertes.