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Historia del Arte

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Biografía de Gustav Klimt

En 1936, el filósofo alemán Walter Benjamín publicó un texto titulado El arte en la era de su reproducción técnica. El libro defiende la idea de que en el momento en que un cuadro, una escultura o un dibujo dejan de ser únicos y su imagen es difundida a gran escala en libros, postales o estampas, pierden su aura, el halo de sacralidad y magia que rodea la creación artística. La teoría de Benjamín es a menudo citada en relación con los cuadros de Klimt, que han sido usados muchas veces con fines publicitarios. Todos hemos visto alguna reproducción del Beso, aunque tal vez no todos conocen al autor. A pesar de la agudeza de este análisis, las obras de Klimt siguen emanando una gran fascinación.

Su estilo refinado, el uso del color, la atención a los detalles decorativos continúan hechizando la mirada del espectador contemporáneo. Sobre todo, Klimt aborda en sus pinturas temas de aliento universal: la vida, la muerte, el amor, la relación entre hombre y mujer, las perturbaciones de la psiquis, argumentos que en la Viena de Freud eran de absoluta actualidad, pero que lo siguen siendo pasado un siglo. Hermann Bahr, uno de los personajes clave de la cultura austriaca de finales del siglo XIX, nos ha dejado una definición ejemplar de lo que los buscaban los artistas vieneses, guiados por Klimt: «Queremos observar los cuerpos…. en los que vive la humanidad, investigar las leyes a las que ésta obedece, los destinos que experimenta, de qué nacimientos viene y a qué muertes se encamina».

En 1862, año de nacimiento del maestro, el arte europeo estaba dominado por la pintura de Historia y por escenas poco comprometidas que llenaban las paredes del Salón de París, el acontecimiento artístico bienal más importante de la época. No obstante, se estaba afirmando progresivamente el Realismo, a punto de convertirse en la corriente más destacada de la cultura del viejo continente y que abarcaba tanto el arte como la literatura. Son buen ejemplo de la situación los dos cuadros más célebres del año siguiente: mientras Alexander Cabanel triunfaba en el Salón con El nacimiento de Venus, Édouard Manet pintaba la Comida en la hierba. En aquél hay un desnudo femenino -que recuerda a Rubens- tendido en el mar y rodeado de un grupo de amorcillos; la sensualidad de la escena, aun siendo bastante marcada, es aceptable gracias al contexto mitológico, por su irrealidad.

En la obra de Manet, por el contrario, la ambientación es contemporánea, las dos mujeres protagonistas, semidesnudas, están acompañadas de otros tantos hombres vestidos con trajes burgueses y una de ellas desafía directamente la mirada del espectador. En el plazo de una década, además, la atención a lo real daría origen a la modalidad-pictórica que ha unido su nombre a la fidelidad óptica: el Impresionismo.

Si bien gran parte de Europa vivía, pues, años de gran inquietud artística, la situación vienesa era completamente ajena a ello. Austria, geográficamente descentrada con respecto a Francia e Inglaterra, las dos naciones que arrastraban las innovaciones, presenciaba el triunfo del Historicismo, un estilo que mezclaba sin ningún rigor filológico los de épocas pasadas. En 1857 se habían empezado a demoler las antiguas murallas de Viena, sustituidas por la Ringstrasse, la avenida de circunvalación que rodea el centro histórico. Su edificación respondía a las exigencias de representación y auto glorificación de la burguesía liberal, políticamente dominante.

En el Ring se construyeron, en estilos diversos pero rigurosamente inspirados en los más célebres del pasado, una nueva iglesia, la Universidad, el Ayuntamiento, el Parlamento, el teatro, la ópera y los museos de Bellas Artes y de Ciencias Naturales, dando vida a una escenográfica parada de edificios neogóticos, neorrenacentistas y neobarrocos. La construcción y la decoración de los nuevos palacios polarizaron los mayores encargos artísticos de la época y la actividad de los pintores más famosos y prometedores, entre ellos Klimt, que se hallaba en sus comienzos.

Gustav Klimt, el segundo de siete hijos, nació el 14 de julio de 1862 en Baumgarten, un suburbio de Viena, en el seno de una familia modesta. Su padre, Ernst, era orfebre grabador; su madre, Anna Finster, había intentado hacer carrera como cantante lírica, sin lograr afirmarse. Sin duda influido por el oficio de su padre, Gustav hizo estudios superiores en la Kunstgewerbeschule, la escuela de artes aplicadas vinculada al Museo del Arte y la Industria, en la cual ingresó en 1876, seguido al año siguiente por su hermano Ernst. A pesar de que las enseñanzas de la institución estaban en lo esencial orientadas a las artes menores -gráfica, orfebrería, cincelado- Klimt estudió casi exclusivamente pintura, pero tuvo ocasión de conocer también técnicas, tales como el mosaico o el trabajo del metal, que utilizará a veces en sus obras. En 1879 fundó, junto con Ernst y su compañero de estudios Franz Matsch, la Compañía de Artistas, pequeña sociedad que, gracias al apoyo del profesor de los jóvenes, Ferdinand Laufberger, obtuvo de inmediato diversos encargos en Karlsbad, Fiume, Reichenberg y Bucarest, colaborando con un estudio de arquitectura teatral.

Los tres socios tuvieron un estudio desde 1883 y bien pronto lograron trabajar en la capital. El escenario pictórico vienes estaba dominado por Hans Makart, que hacía obras históricas o escenas de sabor exótico, llegando a ser el decorador por excelencia de los palacios de la Ringstrasse. El éxito de los hermanos Klimt y Matsch se debía precisamente a su adhesión al estilo de salón de Makart, a sus evocaciones históricas llenas de sensualidad y pormenores elegantes, enriquecidas por un vivo cromatismo y ejecutadas con gran virtuosismo. De este modo consiguieron, en 1886, el primer encargo prestigioso en uno de los «templos» del Ring, el Burgtheater, decorando los techos de las dos escalinatas de entrada con escenas que evocan la historia de las representaciones teatrales. Gustav en concreto hizo cinco de los diez lienzos, entre ellos uno de los principales, El teatro de Taormina. Los otros representaban los altares de Apolo y Dionisos, El carro de Tespis y El teatro de Shakespeare, donde Klimt se autorretrato en atavío isabelino asistiendo a la representación de Romeo y Julieta.

El estilo historicista de las escenas para el Burgtheater respondía de manera ortodoxa a las expectativas de los asiduos al teatro y le valió al trío de artistas un nuevo e importante encargo: Makart, fallecido repentinamente en 1884, había dejado sin terminar la decoración de la escalinata del Kunsthistorisches Museum. Los pintores continuaron y acabaron en 1891 el proyecto del maestro, ejecutando evocaciones simbólicas del arte antiguo, de manera análoga a lo que habían pintado en el Burgtheater. En las enjutas y en los intercolumnios Klimt representó a Egipto, la Antigüedad griega, la Edad Media italiana, el siglo XV romano y veneciano y el Renacimiento florentino. Se trata de una serie de figuras alegóricas, representadas en traje de época, que aluden a los artistas u obras célebres del pasado e incluyen citas explícitas de Giovanni Bellini y Melozzo da Forlí. Una vez más, Klimt y sus socios emularon el eclecticismo de Makart, satisfaciendo plenamente las expectativas de los comitentes, si bien el estilo de Gustav da muestras de evolución en la dirección de la bidimensionalidad y de la creciente importancia de los detalles ornamentales, que tanto papel tendrán en su obra madura.

El nuevo éxito le supuso un tercer encargo oficial: en 1893 el Ministerio de Cultura e Instrucción encomendó a Gustav y a Franz Matsch una serie de paneles alegóricos para el techo del Aula Magna de la Universidad, asimismo edificada hacía poco en la Ringstrasse. Klimt concluirá las tres escenas unos años después, desencadenando un escándalo sin precedentes en el panorama artístico vienes por la radical transformación de su estilo. También la asociación con su antiguo compañero de estudios, que permanecerá siempre anclado en el eclecticismo makartiano, se había roto ya. En 1892 había desaparecido prematuramente Ernst y su muerte había acarreado la disolución de la sociedad artística, además de una época de profunda melancolía para Gustav, que pintará poco hasta 1895. La viuda de su hermano era Helene Flöge, que, junto con sus dos hermanas, Emilie y Pauline, era propietaria de un salón de modas muy famoso, la Casa Pequeña. Emilie, a la sazón de diecisiete años de edad, se convertiría en la compañera de Klimt para toda la vida, aunque nunca se casaron.

En paralelo a la actividad de la Compañía de Artistas, Klimt había trabajado también en la década anterior para el editor Martin Gerlach, que había preparado una lujosa publicación en varios volúmenes titulada Alegorías y emblemas. Estaba concebida, según la moda de la época, como un repertorio de motivos ornamentales sobre temas dispares, realizados por diversos artistas. El subtítulo era significativo: «Proyectos originales de los más eminentes artistas modernos, junto con reproducciones de antiguas insignias de gremios y proyectos modernos de emblemas de carácter nacional».

Para la primera serie el pintor hizo, entre 1881 y 1884, siete temas, entre ellos El Remo de la Naturaleza, La Fábula e Idilio. Las escenas acusaban profundamente el estilo de Makart, hasta el punto de que Klimt fue considerado su heredero ideal hasta el giro simbolista de mediados de los años noventa. Se advierte ya una evolución en la segunda serie de dibujos, producida entre 1894 y el año siguiente. Además del Amor, del cual el artista hizo una versión pictórica, como había hecho ya con algunas de las escenas anteriores, Klimt ilustró la Escultura, la Tragedia y el mes de Junio. En esta nuevas obras se acentúa la nueva carga simbólica, pero es sobre todo la composición tradicional la que empieza a dar señales de desmoronamiento: la superficie ya no se llena por completo con las representaciones y, con un juego de llenos y vacíos, las imágenes se alternan con extensiones de espacio blanco, una solución que será totalmente elaborada en los años siguientes. Gracias a la colaboración de Gerlach en la segunda serie de Alegorías, Klimt conoce además a algunos artistas jóvenes que será fundadores con él de la Secesión vienesa, como Kolo Moser y Josef Engelhart.

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