La comparación de este cuadro con algunas fotografías de la avenida de entrada al castillo demuestra que el artista quiso deliberadamente alterar el panorama.
Se han entrelazado las ramas altas de los árboles de manera antinatural para que formen una campana verde, y la apertura que cierra la vista al fondo se ha configurado de manera que recorte la fachada de una forma peculiar que recuerda la de las iglesias barrocas austriacas.
La línea del horizonte se excluye aquí también de la composición y la avenida es más corta que en la realidad. Klimt, por lo tanto, ha transformado un panorama real en una imagen decorativa y desde luego más sugestiva.
Ha elegido, además, un encuadre frontal sino diagonal, que potencia el efecto de profundidad de la visión. La idea tiene su origen en las estampas japonesas, que el pintor consideraba en la época con renovado interés, pero más aún en la interpretación de éstas que ofrece Van Gogh en sus cuadros.
Sus obras se habían expuesto en la Secesión en 1903, en la muestra dedicada a las transformaciones del Impresionismo, pero el pintor holandés estuvo también representado en la Kunstschau de 1909 y veinte años después de su muerte era ya reconocido como una de las figuras señeras del arte contemporáneo.
De él toma Klimt claramente la representación de los troncos de los árboles, contorneados con una línea oscura y animados por toques de color que hacen vibrar sus superficies pero también la organización general del cuadro, estructurada con especial atención al carácter ornamental del conjunto.
El efecto es acrecentado por la repetición de los árboles, que funcionan como las bambalinas de un escenario teatral, por la inclusión de pocos elementos en el cuadro y por la esencial tricromía verde-marrón-amarillo.

Óleo sobre lienzo, 110 x 110 cm.
Viena, Österreichische Galerie Belvedere, Schloss Belvedere.
Volver a Vida y obra de Gustav Klimt