La parte final del Friso representa la felicidad alcanzada, que se plasma en una escena de nuevo atestada, un perfecto paralelo pictórico al Himno a la Alegría de Schiller, a la que puso música Beethoven en el final de la Novena Sinfonía.
El catálogo dicta directamente dos versos del himno: «Alegría, maravillosa centella divina» y «Este beso, al mundo entero», subrayando que «las artes nos llevan al reino de lo ideal, el único donde podemos encontrar pura alegría, pura felicidad, puro amor».
La acción es dividida por la sucesión de tres grupos, una columna de figuras femeninas a las que hace de fondo una llama dorada, el «coro de los ángeles del Paraíso» y el abrazo de una pareja. Las mujeres son siempre protagonistas, pero el pintor las despoja de la connotación maligna y amenazadora que triunfaba en la pared de las Fuerzas hostiles.
Las figuras son rigurosamente estilizadas, hasta parecer casi ornamentos también ellas.
La repetición de los rostros, las actitudes y los atavíos confiere al conjunto un carácter ritual y los personajes femeninos aparecen ahora no como brujas sino como vestales. Se impone una impresión de armonía, acentuada por el ondular de las líneas por el uso de colores brillantes, dominados la presencia del oro, que evoca una idea de sacralidad. El abrazo final es protegido por una gran campana, que acoge en su interior una representación simbólica del Edén.
Klimt actúa también aquí en paralelo a la lectura de la Sinfonía ideada por Wagner, que interpretaba en clave divina los versos de Schiller, afirmando que «en esta unión con el Amor humano universal, consagrado por Dios, se nos concede gozar la más pura de las alegrías».
El Friso de Beethoven es sin duda una de las obras maestras del artista, en parte por la experimentación con soluciones innovadoras. Klimt alternó pasteles coloreados y trazos al carboncillo, partes de enlucido lisas y otras granulosas por el añadido de arena y oro brillante.

Tercera pared Técnica mixta sobre enlucido, 220 x 1392 cm.
Viena, Secesión.
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