Como la casi totalidad de los paisajes klimtianos, fue realizado durante una de las estancias veraniegas a orillas del Attersee, en la región de Salzburgo, que el artista pasaba en la casa familiar de su compañera, Emilie Flöge.
Mientras que la mayor parte de las escenas representan auténticas vistas, ésta solamente contiene flores, que dominan el lienzo con una explosión de color.
El pintor se sitúa literalmente en medio de la naturaleza, la distancia entre artista y tema se anula totalmente y el espectador es casi sofocado por una visión caleidoscópica.
Margaritas, áster, flores del campo y girasoles se disputan nuestra atención, ocupando por entero el espacio pictórico sin horizonte.
El efecto, potencialmente decorativo, es el de un tapiz natural; la obra forma parte de la serie de obras que el crítico Hevesi definió como mosaicos, donde los detalles que constituyen la superficie evocan el efecto de diminutas teselas unas al lado de otras.
Aun siendo un producto típico del arte klimtiano, el cuadro dialoga con la pintura internacional. El maestro había visto sin duda con interés los trabajos de tema análogo del simbolista francés Vuillard, expuestos en 1903 en la Secesión.
La elección de los girasoles no fue seguramente casual y puede interpretarse como un explícito homenaje a Van Gogh, a quien la Asociación a cuyo frente estaba Klimt había dado a conocer en Viena: los estatutos de aquélla disponían que con los ingresos de las muestras se adquiresen obras de arte contemporáneo destinadas a la incipiente Galería de Arte Moderno (fundada en 1902); así fue como entró por primera vez en Austria una pintura del artista holandés.

Óleo sobre lienzo, 110 x 110 cm.
Viena, Österreichische Galerie Belvedere, Schloss Belvedere.
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