Se trata de un tema caro a Klimt, que lo reelaborará varias veces; utiliza a la tañedora de lira al menos en otras dos ocasiones: una lámina publicada en 1901 en Ver Sacrum, la revista de la Secesión vienesa, y una escena del Friso de Beethoven, realizado para la XIV muestra de la Asociación.
En el cuadrito de Munich aparece también otra de las figuras predilectas del artista y de todo el mundo simbolista por su carácter enigmático: la de la esfinge, utilizada por Klimt en la alegoría de la Escultura.
Mitad mujer y mitad león, este ser de la mitología egipcia reúne en sí el mundo animal y espiritual, o, si queremos, el instinto y la razón, los dos polos principales de la filosofía de la época.
El cuadro es, en efecto, casi una summa de las teorías formuladas por Schopenhauer, Nietzsche y Richard Wagner, que consideraban la música superior a las otras artes por ser la única que no necesita mediación de palabras o imágenes para transmitir al hombre el conocimiento; sostenían además que la cultura era la fuente de salvación de la humanidad y los artistas de la Secesión, guiado por Klimt, atenderán pronto esta solicitación, haciendo del arte una nueva religión, utopía que se quebrará con el estallido de la I Guerra Mundial.
También la mitología griega, protagonista de una de las obras más famosas de Nietzsche, El nacimiento de la tragedia del espíritu de la Música (1872), es uno de los elementos fundamentales del imaginario klimtiano, varias veces citado en sus cuadros.
Ya evocada por la tañedora de lira, de ella está tomada la máscara de Sueno, hijo del dios Pan, símbolo por excelencia del conocimiento dionisíaco, que el pintor representa en el lado opuesto a la esfinge.
En el plano estilístico, la obra mezcla, en una fértil tensión, figuración y ornamento, bidimensionalidad y relieve, indicando el camino que el artista emprenderá, de manera tan fructífera, en los años siguientes.
Óleo sobre lienzo, 37 x 45 cm.
Munich, Neue Pinakothek, Bayerische Staatsgemáldesammlungen.
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