El retrato fue uno de los géneros predilectos de Klimt, que representó sobre todo a las mujeres de la alta sociedad vienesa, llegado pronto a ser muy solicitado.
Para retratar a Sonja Knips utilizó por primera vez un lienzo del insólito formato cuadrado, que se convertiría luego en el característico suyo, principalmente para retratos y paisajes.
El pintor recurre a una composición descentrada, de efecto enajenante; la protagonista no está, como se esperaría, en el centro del cuadro, sino en un ángulo; vuelve el rostro hacia el espectador y tiene en la mano derecha un libro del que al parecer acaba de alzar los ojos; con la otra mano aferra el brazo del sillón como si estuviese a punto de levantarse o, por el contrario, acabara de hacerlo.
El artista capta así a su modelo en un instante de suspensión y la escena adquiere un carácter vagamente enigmático, fugitivo, típico de la pintura simbolista. De nuevo Klimt usa el espacio vacío como elemento compositivo.
La gran superficie de fondo oscuro equilibra la mancha clara del vestido rosa, ejecutado con una pincelada desflecada, impresionista, que envuelve la figura en una especie de nube, dándole una apariencia etérea y evanescente.
En el plano estilístico, el retrato representa un momento de transición. La manera de reproducir el vestido quita peso al cuerpo de la mujer, que conserva sin embargo un sentido de tridimensionalidad, progresivamente abandonado en las obras posteriores.
También el sillón y la planta florida, que contribuyen a llenar el espacio, haciendo salir a la figura del fondo negro, están representados no de modo estilizado sino aún plenamente ilusionista. El artista, en suma, realiza un nuevo tipo de retrato con medios tradicionales, que sustituirá enseguida por un estilo rigurosamente bidimensional y decorativo.
Óleo sobre lienzo, 145 x 145 cm.
Viena, Österreichische Galerie Belvedere, Schloss Belvedere.
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