Algunos estudiosos piensan que Fortuny no conoció directamente la fiesta de los toros hasta su estancia en Madrid entre junio de 1867 y marzo de 1868. Aunque en algunas partes de Barcelona se celebraba este espectáculo típicamente español, no parece que el pintor se sintiera atraído por él.
Pese a todo, en Madrid, Sevilla y Granada asistió a algunas corridas, esbozando en sus cuadernos de notas las impresiones visuales que recibía.
Tomaba apuntes de figuras de toreros, picadores, caballos y detalles del público asistente.
Las obras taurinas de Fortuny no tienen mucho que ver con las pinturas que del mismo género habían empezado a realizar algunos pintores franceses, influenciados por los relatos de viajeros románticos que recorrían la península en busca de sus tópicos folclóricos.
Fortuny estaba muy interesado en mostrar en los lienzos el contraste entre luces y sombras, el dinamismo de toreros y picadores, y la espontaneidad del público. Al catalán le interesaban más los efectos lumínicos y cromáticos que los puramente dramáticos. Se piensa que en Madrid habría podido estudiar los grabados de la Tauromaquia de Goya.
En este óleo del Museo de Prado, Fortuny muestra una gran panorámica de una plaza de toros, seguramente la de Madrid.
Además del contraste entre la parte soleada y la sombría, cabe destacar la manera en que resolvió la gente de las graderías, a partir de múltiples manchas y pequeñas pinceladas ocres. En esta pintura se aprecia la inexistencia del dibujo, cómo la forma no existe para el pintor.
Todo se consigue a través de la mancha cromática y la pincelada. El resultado es una obra absolutamente vibrante, moderna, más cercana a un boceto preparatorio que a una pintura definitiva.

Óleo sobre lienzo, 30 x 46 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado.
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