Los temas orientales fueron fundamentales en la producción de Fortuny, mostrando siempre aspectos cotidianos de la vida marroquí. Ésta es, sin lugar a dudas, una de las obras más características realizadas por el pintor durante sus viajes a Marruecos.
Además de la maestría que muestra con la técnica de la acuarela, una de las más difíciles del arte pictórico, el cuadro resulta extraordinario por el lirismo, por la poesía que desprende, que es fruto de su simplicidad compositiva.
En esta pequeña obra todas las formas se reducen a manchas de color, que adquieren entidad vistas desde una cierta distancia pero que contempladas desde cerca son un cúmulo de pigmentos sin ningún concierto aparente.
El personaje representado -un muecín llamando a la oración- se fusiona magistralmente con la naturaleza que le rodea y que no es otra que una playa.
Los efectos lumínicos que el pintor consiguió a través del blanco del soporte resultan especialmente espectaculares: la luz y las tonalidades azules y blancas tienen un papel primordial en la composición. Por otra parte, cabe destacar el color aplicado de manera rápida y contundente, olvidando la minuciosidad; aquí el pintor se interesó por captar el ambiente y la atmósfera.
La Biblioteca Nacional de Madrid conserva algunas acuarelas de Fortuny de tema marroquí. En todas ellas se aprecia, como en la que nos ocupa, una gran libertad de trazo y una falta de interés en detalles superfinos sin intención narrativa.
Fortuny aparece así como uno de los artistas más vanguardistas de su tiempo, precediendo en muchos aspectos las obras que ejecutarán posteriormente los impresionistas franceses.

Acuarela, 16,5 x 12,6 cm.
Madrid, Biblioteca Nacional.
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