La atracción de Fortuny por el mundo árabe surgió con motivo del primer viaje que el pintor realizó a Marruecos, mientras estaba pensionado por la Diputación de Barcelona.
Aunque el artista tenía como encargo realizar una serie de obras en las que recogiera las hazañas de las tropas al mando del general Prim, se sintió más interesado por la luz del desierto y por los tipos marroquíes que por las maniobras militares.
Fortuny se integró perfectamente en aquel mundo, aprendiendo árabe y vistiendo una chilaba, dos elementos que le permitían alejarse de los circuitos turísticos.
Ello explica que los temas elegidos por el pintor catalán sean siempre alusivos a la vida cotidiana, lejos en muchas ocasiones de los tópicos explotados por los europeos.
Los tipos marroquíes con los que topó durante sus andanzas por el norte de África fueron empleados a menudo por el pintor para protagonizar sus cuadros, recogiendo un amplio catálogo de figuras y situaciones.
En este óleo, incluido dentro de la colección de Ramón de Errazu donada al Museo del Prado, aparece una serie de figuras recortadas sobre una luminosa pared blanca.
Destaca especialmente la minuciosidad y el virtuosismo con que trabajó Fortuny, teniendo en cuenta que el soporte tiene el tamaño de una postal.
Los detalles de los trajes, el colorido de los rostros y objetos y la luz de la escena están captados con una nitidez y frescor extraordinarios.

Óleo sobre lienzo, 13 x 19 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado.
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