Fortuny no cultivó el género paisajístico con asiduidad, pese a su gran producción. No obstante, durante su primera época de formación, este tipo de producciones ocuparon un lugar importante en su vida.
Los primeros años de su trayectoria artística transcurrieron entre la Llotja, la Escuela de Bellas Artes de Barcelona donde se formó bajo las normas académicas del momento, y a partir del contacto directo con determinados espacios naturales. Éstos serían la causa del nacimiento de un cierto naturalismo en su obra.
Este Paisaje debe mucho al pintor Lluís Rigalt, una de las personalidades más importantes de la escuela paisajista catalana, que había sido profesor de la Academia de Bellas Artes de la Ciudad Condal.
Pese a todo, en él se observa ya una de las cualidades de la pintura de Fortuny: el carácter espontáneo y el trazo libre de su pluma.
Este simple ejercicio, mediante el cual el joven pintor consiguió plasmar eficazmente las formas arbóreas y montañosas, es una de las primeras grandes creaciones donde se puede observar el genio del catalán. Se barajan diferentes posibilidades por lo que se refiere a la datación de esta obra, entre los años 1852 y 1856.

Pluma y sepia, 20,5 x 20,9 cm.
Barcelona, Museu Nacional d’Art de Catalunya
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