Esta pequeña composición es reveladora de la actitud del artista hacia la misma actividad creadora. Con marcada y misteriosa ironía, Klee transmuta un sobre en un rostro y un cuerpos deformes, cuyos límites coinciden con los extremos de aquél.
De los pocos trazos curvos nace una mirada a un tiempo humana y espiritual, inquietante y dulce. En el centro, como un signo de un remoto alfabeto, una especie de signo de interrogación describe los dobleces de un hipotético traje, denotando a la vez el contenido íntimo, misterioso, casi inaccesible de la carta que contiene.
Como en buena parte de la producción kleeniana, también aquí desempeña un papel importante la simetría de la composición, que con la frontalidad de la figura confiere al conjunto un tono clasicista, en contraste con el aparente infantilismo del sujeto.
Es bien conocida la importancia del epistolario de Van Gogh, que el artista leyó a principios del siglo XX (exactamente en 1908, como cuenta Klee en una serie de apuntes autobiográficos) y de sus propios intercambios epistolares, que mantuvo toda su vida.
La correspondencia de Klee ha sido objeto de estudio y tal vez este cuadrito demuestra la relevancia que el artista atribuía a sus cartas, a las que a menudo confiaba reflexiones, confidencias y confesiones que ayudan a comprender su actividad creadora.

Cartoncillo y cola sobre una primera mano de tiza sobre papel de periódico sobre cartulina, 33 x 48,8.
Nueva York, The Museum of Modern Art.