Es un ejemplo de que la versatilidad del artista no conoce límites. En la misma época en la que Klee se lanza a nuevas experimentaciones que imitan movimientos de décadas anteriores como el Divisionismo, empieza de nuevo un ciclo de cuadros que tienen a la figura humana en el centro de sus reflexiones.
Este cuadro se sitúa a mitad de camino entre las dos vías emprendidas y muestra, en el centelleo de los densísimos puntos de colores, un cómico y estúpido rostro.
El Divisionismo de Klee es muy distinto del histórico de Seurat y del Puntillismo de Signac y Luce. El artista estudia la posibilidad de una movilidad interior de la composición, partiendo de la colocación de los elementos ante el fondo pictórico.
Aplicando el color en multitud de pinceladas pequeñas y breves, el artista se limita a llenar el espacio del que dispone, sin la pretensión científica de Seurat y otros históricos del movimiento.
No yuxtapone colores complementarios ni trata de obtener unos resultados de la composición cromática que realiza; el movimiento, que en este caso se hace también psicológico, es el único interés que parece impulsar al artista.

Óleo sobre muselina sobre aglomerado, 50 x 65 cm.
Zentrum Paul Klee, Berna.