La cerámica cocida a las temperaturas relativamente bajas que se obtenían en los hogares y hornos rudimentarios, era porosa y a veces frágil.
Hasta que se extendió el uso del recubrimiento impermeable conocido como «vidriado», se utilizaban otros métodos para hacer la cerámica impermeable y darle resistencia. Se obtenían diferentes acabados por distintos métodos, muchos por razones prácticas, tales como hacer las vasijas más resistentes y lisas, así como hacerlas más impermeables.
Un método corriente era bruñir la arcilla cuando aún no estaba completamente seca. Las superficies se frotaban con una piedra lisa, o un guijarro, que comprimía y alisaba la superficie, dándole un atractivo brillo y haciéndola menos porosa. El brillo permanecía después de la cocción.
Otro método más popular fue recubrir la superficie de la vasija con un limo de arcilla fina, preparado quitando las partículas gruesas, tal como se utilizó por los griegos en su cerámica pintada roja y negra, para decorarla y hacer la superficie más lisa.
Las vasijas podían ennegrecerse durante la cocción para hacerlas más atractivas. En el proceso conocido como ahumado de carbón, hacia el final de la cocción las vasijas se cubrían con las hojas húmedas, que producían humo que penetraba en los poros y daba a la vasija un color negro.
En otras vasijas se aplicaba, cuando aún estaban calientes de la cocción, un «vidriado» vegetal, conseguido hirviendo hojas o cortezas, hasta obtener una solución espesa. Aunque los resultados no son tan duraderos como los del vidriado, la vasija se hacía más impermeable. Algunos ceramistas africanos utilizan todavía este método.