300-900 d. C.
El período clásico está marcado por el crecimiento de ciudades independientes, en las cuales se empleaba mucho tiempo en el estudio de la astronomía y el servicio a numerosas deidades.
Se construyeron grandes templos y pirámides y la escultura, la cerámica y la pintura se utilizaron para fines rituales.
Teotihuacan, en las tierras altas de México, es un ejemplo de estas ciudades. Aquí la cerámica era técnicamente conseguida, si bien en sus primeras etapas era apagada y sin inspiración.
Más tarde se desarrolló un estilo de decoración policromo, en el que se utilizó la técnica «champlevé»; en aquélla las vasijas se recubrían con un engobe marrón oscuro o negro, que se quitaba rascándolo, para mostrar el cuerpo oscuro, el cual a veces se pintaba con cinabrio.
También se empleó una técnica de estuco, en la que la superficie de la vasija, corrientemente un cilindro con tres patas, se recubría con yeso; éste se tallaba y el dibujo se rellenaba con arcillas coloreadas.
El resultado, frágil y sin utilidad práctica, parece haber sido muy apreciado, más por su virtualismo técnico que por su importancia artística.