Alrededor de 700 a.C. surgió la cultura etrusca. A esta cultura se incorporaron muchas ideas del exterior, principalmente del Oriente Próximo. Aprendieron de Babilonia cómo construir la bóveda en arco, de Egipto cómo hacer fayenza, de Asiria cómo trabajar el hierro, y cómo trabajar la plata de Fenicia.
El trabajo del bronce etrusco es uno de sus logros más finos y fue apreciado por toda el área mediterránea. La primera cerámica se usó con arcilla sin purificar y toscamente mezclada, que se coció en colores variados, como negro, marrón y rojo.
A mediados del siglo VII a. C. se usó cerámica de color gris, conocida a menudo como cerámica etrusca de Bucchero.
Esta cerámica era técnicamente buena y las formas reflejan los intereses de la cultura en los objetos de metal. Las formas eran llevadas a cabo finamente y bien ejecutadas. La decoración consistía corrientemente en dibujos geométricos sencillos, también en este caso reciamente incisos sobre una superficie brillante, negra o gris.
En los tempranos siglos VII y VI a. C. la cerámica etrusca fue influenciada por los ceramistas emigrados griegos y por las importaciones de cerámica griega; primero por el estilo geométrico griego y más tarde por el estilo de las figuras rojas de Atenas.
El estilo etrusco que se desarrolló era ligeramente diferente del utilizado por los griegos. Los dibujos y símbolos altamente complicados utilizados por los ceramistas griegos significaba poco o nada para los etruscos, quienes tendían simplemente a copiar la decoración que veían sobre las vasijas griegas más que a intentar comprender su significado, de manera que los resultados eran a menudo toscos y a veces risibles, incluso aunque estuviesen realizados con un elevado nivel técnico. Desarrollar plenamente las habilidades de los griegos se dejó para los ceramistas romanos.