Las arcillas se encuentran sobre la mayor parte de la superficie terrestre y sus cualidades básicas para el trabajo son muy parecidas, aunque algunas pueden ser más plásticas o de colores distintos, por lo que tanto en las primeras civilizaciones como en nuestros días son muy apreciadas las arcillas aptas para ser utilizadas.
Algunas tribus viajaban muchos kilómetros para recoger arcilla moldeable o de un color determinado. La mayor parte del éxito de los ceramistas atenienses y corintios, en la antigua Grecia, fue debido en gran manera a las finas y suaves arcillas a su alcance. Los ceramistas de los indios pueblo de Zuni, en el suroeste de Norteamérica, traían la arcilla desde la cumbre de una montaña por sus buenas cualidades para el trabajo. En el antiguo Egipto las suaves arcillas rojas del Nilo se tradujeron en la cerámica Badariana finamente trabajada.
Durante el siglo XVII se llevó arcilla desde East Anglia a Holanda para ser usada para la cerámica de Delft, porque se adecuaba mejor a las necesidades de la mayólica blanca fina. A medida que la cerámica se hizo una actividad más especializada, la disponibilidad de buenas arcillas se transformó en el factor más importante; la arcilla debe ser fácilmente accesible, relativamente limpia, libre de impurezas o materias extrañas, tales como piedras o vegetación y del color correcto. Debía ser plástica, de manera que se pudiese modelar y trabajar, y ser capaz de resistir el calor de la cocción sin derrumbarse. La industria cerámica que se desarrolló en Inglaterra en el siglo XVIII dependía de la preparación de una pasta blanca fina a partir de las arcillas traídas de distintas regiones del país.
La arcilla que se usaba para hacer vasijas a mano se preparaba cuidadosamente. Primero debía quitarse cualquier piedra o material extraño que pudiera producir el agrietamiento de la vasija al secarse, o su explosión en la cocción y en segundo lugar debía hacerse una masa uniforme por el proceso llamado de sobado, que es una combinación de golpeado y amasado que se hace, bien sea con los pies o con las manos.
Si se trata de hacer grandes vasijas, debe añadirse algún tipo de carga o desengrasante, como conchas molidas, arena o chamota, para dar a la arcilla una estructura más abierta y hacer más fácil su control cuando se modela, en el caso de cacharros de cocina para hacerlos más resistentes a la expansión rápida conocida como choque térmico, que tiene lugar cuando la vasija se coloca sobre el fuego.
Dos pequeñas urnas para beber, hechas a mano, con vidriado marrón oscuro. Tíbet, mediados del siglo XIX. (Victoria and Albert Museum, Londres.)