Así, mientras los mahometanos sunitas tienen por definitivo cuanto dice a la letra el Corán, los chiítas se mantienen a la expectativa de la aparición de nuevos imames descendientes de Alí, que harán sucesivas revelaciones.
Esto les predispone a aceptar representaciones de seres vivos en sus obras de arte decorativo. Desde este punto de vista el Islam queda dividido por la línea del Eufrates, pues son chiítas la mayoría de los creyentes de Persia y de la India, mientras que predominaban los sunitas en Siria, norte de África y en España.
La anterior digresión era inevitable para entender la escultura y la pintura musulmanas. Así, a modo de conclusión de las ideas que acaban de exponerse, no resulta sorprendente que sean escasísimas las obras de escultura islámica de bulto entero entre los creyentes de la ortodoxia sunita. Es excepcional encontrar escultura árabe de tres dimensiones en Occidente, porque allí los mahometanos respetaron la prohibición coránica contra la idolatría. Abderramán III, por excepción, colocó en Medina Azahara la estatua de su favorita, y consta que para adornar las fuentes encargó en Córdoba doce animales de oro rojo. Los leones de la fuente del patio de la Alhambra son otra muestra rarísima de escultura islámica en Occidente.
También existen recuerdos literarios de pinturas decorativas con retratos y figuras entre los mahometanos sunitas. Un ejemplo, muchas veces citado, son las pinturas sobre cuero de la sala de los Reyes, en la Alhambra, que representan escenas de caza y torneo. Hoy se atribuyen sin vacilación a artistas italianos que llegaron a Granada en el siglo XV; sólo prueban una desviación del gusto hacia lo vivo y lo representativo, que es casi apostasía.
Se conservan, en cambio, innumerables manuscritos con miniaturas, que pueden proporcionar una idea de lo que era la pintura entre los musulmanes de confesión chiíta. El libro sagrado único, el Corán, lleva sólo un bello frontispicio con medallón de entrelazados. Pero los libros de carácter histórico y las epopeyas iránicas, sobre todo el Shah-Nameh de Firdusi, o Libro de los Reyes, se ilustran con abundantes viñetas explicativas del texto.
En Persia y en la India, los decoradores de manuscritos hicieron maravillas; nada como sus miniaturas pueden hacer comprender mejor el ambiente refinado de las cortes de los sultanes, que se vanagloriaban más de tener músicos, poetas y filósofos que estadistas y generales. Algunas de ellas representan al príncipe rodeado de sus cortesanos, en plácido coloquio; otras reproducen escenas de guerra y de caza; otras, retratos simplemente dibujados con hábiles trazos de pincel.