Capítulo importante en el arte musulmán suntuario lo constituyen las labores adamasquinadas en latón, que se realizaron, a partir del siglo XI, en varias localidades distanciadas entre sí: Mossul, Damasco, El Cairo, Herat y varias poblaciones persas, pero su unidad estilística es grande, a pesar de las diferencias debidas a la evolución del estilo. Muchas de estas vasijas, aguamaniles o candeleras con labor cincelada llevan incrustación de plata; el adorno de casi todas estas obras consiste, además de letreros caligráficos, en medallones con refinados temas vegetales o figurativos.
Otras artes de predilección islámica fueron la talla del cristal de roca, que floreció en Egipto entre los siglos X y primera mitad del XII, bajo la dinastía fatimí, y el vidrio con adorno policromo esmaltado y dorado, cuyos primeros talleres estuvieron radicados en Damasco y otras poblaciones sirias a partir del siglo XII, pero cuyas obras más ostentosas (lámparas para mezquita con hermosas inscripciones en caracteres nasjíes) se fabricaron, no sólo en Siria, sino en El Cairo, durante los siglos XIV y XV, bajo los sultanes mamelucos.
Algunos mimbars, o pulpitos para la lectura del Corán, son obras preciosas de talla; otros destacan por su meritorio adorno de taraceas.
La devoción coránica no estimulaba la creación de obras suntuarias como la liturgia cristiana. Las mezquitas no tienen altares, ni el culto obliga a producir el sinnúmero de objetos rituales que necesitan las iglesias latina y bizantina.
El mihrab, indispensable en todas las mezquitas y la parte más decorada, es simplemente una arcada o nicho flanqueado de columnitas para orientar a los que rezan a dirigir sus plegarias del lado de La Meca. Por excepción, el mihrab de la mezquita de Córdoba es un pequeño cubículo sin ventanas.
Los artistas musulmanes preferían el marfil a las maderas, por raro y precioso que fuera el leño. Son magníficas las arquetas hispanoárabes con relieves planos, de marfil, que en muchas catedrales de la Edad Media servían para guardar reliquias. La mayor de estas cajitas árabes de marfil es la de la catedral de Pamplona, procedente de Leire. Es de forma rectangular, toda decorada con relieves historiados.
Una leyenda, que decora sus cuatro caras, implora la bendición de Dios, la felicidad y larga vida para Almanzor, y lleva, además, el nombre del artista que dirigió la obra, un eunuco llamado Nomeir-ben-Mohamed, que parece ser el jefe del taller califal de Córdoba. Varios nombres, grabados en cada medallón, acaso sean los de los artistas que ejecutaron las diferentes partes de los relieves.