Otra arqueta árabe muy parecida se guarda en la catedral de Braga, en Portugal. El Museo Arqueológico Nacional, de Madrid, posee una arqueta árabe procedente de Palencia, menos historiada que la de Pamplona, aunque más antigua, con ornamentación vegetal deliciosamente estilizada. Pero en aquellos tallos casi geométricos del relieve de marfil, el árbol de la vida se descubre flanqueado de pares de gacelas, ciervos o codornices.
Algunas cajitas árabes de marfil son de forma cilindrica, con tapa redondeada. Las más antiguas, del siglo X, fueron ejecutadas en Córdoba, como la que se guarda el Museo del Louvre, muy rica en escenas figurativas, y la de la Hispanic Society de Nueva York, con una refinada decoración vegetal estilizada y los herrajes originales. Después de la disolución del califato, el arte de tallar marfiles se conservó en Cuenca; hubo allí una familia dedicada a labrar cajitas durante varias generaciones que continuaron la tradición del estilo cordobés.
Siria y Egipto, así como Sicilia bajo la dinastía normanda, tuvieron notables talleres de eboraria entre los siglos XII y XIV.
En el arte aplicado que se considera más genuinamente oriental, la cerámica, los pueblos musulmanes derrocharon verdaderos tesoros de inventiva. La historia de las cerámicas del Islam se inicia en Mesopotamia, en Bagdad, durante el siglo IX, mientras la corte califal abasida radicó en Samarra (836-883), y está jalonada por descubrimientos de sucesivos procedimientos técnicos que estimularon la aparición de muy variados estilos, todos los cuales denotan, no sólo extraordinario dominio de la ornamentación geométrica o basada en el empleo de una caligrafía que, en sí misma, es ya un elemento de gran efecto decorativo, sino también una elegante facilidad por la pintura de temas figurativos o inspirados en la estilización animal o vegetal. Algunos jarros de esta cerámica son de grandes dimensiones.
El primer barniz inventado fue el de óxido de plomo. Es un barniz transparente y algo amarillento, que implica la necesidad de emplear un engobe blanco para que las vasijas se puedan pintar en un escaso número de tonalidades (verde y morado, o verde, morado y rojo) antes de recibir aquel barniz y ser puestas a cocer en el horno. A esta clase de cerámicas pertenecen algunas de fabricación mesopotámica, y las persas de Nishapur, en el Jorasán, o las de Samarcanda, en la Transoxiana.
También corresponden a esta modalidad las cerámicas persas esgrafiadas que pretendieron, ya desde el siglo XII, imitar las porcelanas chinas, y asimismo las califales cordobesas con pintura bicolor (verde y morada) y las de estas mismas características que desde fines del siglo XIII fabricaron los moriscos de Teruel y de Paterna (Valencia).
