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Historia del Arte

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Artes decorativas en el mundo islámico (3)

En Persia hay que señalar dos escuelas principales de miniaturas: la de Herat y la de Isfahán. La primera fue fundada a fines del siglo XV por el gran artista Behzad, cuyo estilo fue copiado durante generaciones y se caracteriza por un realismo lleno de encanto, por la brillantez de los colores y por el movimiento agitado de las escenas.

La personalidad más sobresaliente de la escuela de Isfahán fue Riza Abbasí que, durante el primer cuarto del siglo XVII, hizo famosas sus composiciones, con grandes figuras en las que se aprecia una aguda observación de la naturaleza y de la realidad diaria.

En la India musulmana, los príncipes, a partir de Akbar, desarrollaron el coleccionismo de grandes ilustraciones en las que se percibe un lejano eco de las pinturas antiguas de Ajanta. En el período del Shah Djahán se acentuó el interés por la perfección del retrato individualizado.

En las artes suntuarias, los artistas musulmanes produjeron obras de una belleza extraordinaria, llegando a conseguir resultados acaso superiores a lo que había producido la Europa occidental en el arte decorativo. La restricción, por no decir prohibición, de representar asuntos figurativos es un impedimento para los artistas islámicos, del que triunfan sólo por su gran fantasía.

Los pueblos del Islam, que aprendieron, en primer término, de los artistas sasánidas de Persia y Mesopotamia, reproducen, por ejemplo, sin demostrar fatiga, los dos temas más frecuentes del arte oriental, a saber: el árbol de la vida, flanqueado de un par de animales, y el grifo que vuela al Paraíso.

En la Persia sasánida, el grifo se convierte en el sigmurd, un monstruo imaginado por los devotos de Zoroastro, que se interpreta como síntesis universal de los cuatro elementos: el sigmurd arroja fuego por la boca, va provisto de escamas para entrar en el agua, posee alas para volar en el aire y tiene patas para correr sobre la tierra.

Las artes islámicas del metal han producido un pebetero famoso de bronce labrado en forma de grifo, que es una de las joyas más preciadas del tesoro del Campo Santo de Pisa; pasa por ser obra egipcia de los siglos X y XI, y se dice que fue traída a Europa por Amaury; rey franco de Jerusalén.

Pero son relativamente numerosos estos pebeteros en forma de ave o de cuadrúpedo que, con adorno cincelado o relleno de esmalte, se conocen hoy día: datan en su mayoría de los siglos X al XII y algunos son de factura hispanoárabe, como el perfumero en forma de león que perteneció a la Colección Stern y actualmente se conserva en el Louvre y al parecer procede del castillo de Monzón (Huesca). Se conocen otros en forma de cervatillo o caballito, que proviene de Medina Azahara.

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Botella de peregrinación (British Museum, Londres). Procedente de Siria y elaborada entre 1330 y 1350, la forma de la botella recuerda los recipientes de cuero que usaban los viajeros medievales. Probablemente se vendían a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Los coloridos esmaltes y dorados disimulan la escasa calidad del vidrio.

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