
Las alfombras son tejidos de más trascendencia artística que las telas, pues están enteramente ejecutadas a mano sin ayuda del telar. Durante la Edad Media no se utilizaron en Occidente más que alfombras árabes. El mismo nombre es todavía árabe, y la palabra baldaquín, que se emplea para designar la alfombra que cubre un trono o altar, es una derivación de la árabe baldak o bagdad.
Cada región de Persia y Asia Central -los países que producen lanas finas- ejecutó un tipo especial de alfombra, con sus dibujos peculiares y su típica coloración. Una alfombra de Bujara es diferente por el color y temas que una de Samarcanda, Tabriz o Is-fahán. En la actualidad, todavía se acude a Irán para obtener mejores alfombras.
En la Edad Media, los tejidos y las alfombras fueron el principal vehículo de introducción de temas musulmanes en el Occidente latino. Se prefirieron para envolver los cuerpos santos las telas importadas de Bagdad o Egipto.
Para cubrir los presbiterios y los salones reales, no hubo nada mejor que los tapetes orientales con grifos, leones, palmeras, incluso letreros coránicos. En ellos encontraron temas e inspiración los artistas cristianos, y en algunos países que en parte fueron islamizados, como España, en el curso de su historia, la tradición árabe perduró. Tal es la significación que a fines de la Edad Media tuvo la fabricación de alfombras en Alcaraz.
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