Hemos encontrado en estas páginas del arte islámico una rara coincidencia de técnicas y estética que no llegaba a ser uniformidad, pero sí unidad de gusto y pensamiento. Ya se había avanzado que ésta es una de las características más singulares y sorprendentes del arte islámico.
Las razones para tal coincidencia que emparenta las construcciones de la India con los edificios de al-Ándalus deben buscarse, sobre todo, en el poderoso influjo de la religión en todos los ámbitos de la sociedad islámica y, especialmente, en el arte.
Por tanto, estas similitudes artísticas en puntos tan dispares del Imperio islámico pueden atribuirse principalmente a la fe religiosa; no se debe olvidar que el Islam comprendía árabes y egipcios, sirios y bereberes, persas y mongoles, de raza, lengua y cultura enteramente diversas; un conjunto de pueblos que si algo podían compartir era una religión, la islámica, que les marcaba sus conductas en todos los ámbitos de la vida, como ya ha quedado señalado. Por tanto, fue la peregrinación, que era uno de los cinco deberes inexcusables a todos los mahometanos, lo que causó tanto o más que el Corán esta unificación de gusto que tanto asombra.
El Islam -insistiendo en no olvidarlo- es una fraternidad, una cofradía universal, de todos los ereyentes. Ésta es una de las principales características de la religión musulmana y uno de los motivos de que, por ejemplo, en una región como la India, en la que se profesaba una doctrina religiosa radicalmente alejada de las palabras del profeta Mahoma, triunfara en muchas zonas el Islam, que decía a las clases más marginadas de la sociedad que todos los seres humanos deben vivir como hermanos.
Todas las religiones han insistido en que los verdaderos hermanos son los que creen en una misma doctrina, pero este concepto de hermandad se mantiene solamente durante los períodos de predicación y persecución. En el Islam se sostuvo durante la época de su mayor apogeo y continúa manteniéndose en la actualidad.
Un mahometano, especialmente si va camino de La Meca, entrará en la casa de cualquier creyente y será recibido como hermano, se sentará a la mesa y recibirá indefinida hospitalidad sin que por ello tenga que pagar posada.
La peregrinación no se convertía simplemente en un viaje de ida y vuelta, desde la morada del peregrino a La Meca y luego de vuelta a casa. En muchas ocasiones, debido a la vastedad del Imperio islámico, tal peregrinación se prolongaba durante meses, por lo que, de esta forma, los mahometanos se habituaban a la vida andariega y debían de disfrutar de las novedades que proporciona la vida nómada; una vez cumplido el deber de visitar los lugares santos, se sentía el deseo de conocer otros países, ver gentes extrañas y ciudades lejanas, siempre dentro del área religiosa del Islam.