Mientras en su primera conquista, Jerusalén, los árabes respetaron los venerables santuarios del Santo Sepulcro y la Ascensión, en Damasco ya aprovecharon como mezquita una gran iglesia dedicada a San Juan Bautista, acaso de la época de Teodosio. Este hecho, construir mezquitas sobre antiguas edificaciones religiosas de los pueblos que irían conquistando, se convertiría en algo habitual por parte de los musulmanes.
La citada iglesia de Damasco tenía forma de basílica, con tres naves divididas por columnas, y aprovechaba los muros de un ágora antigua. De este modo, fue relativamente fácil para los arquitectos árabes, a partir del año 707, transformar aquel edificio en una mezquita de tres naves, reservando un patio en la fachada lateral.
En las arcadas de este claustro o patio, artistas también sirios o bizantinos labraron una decoración de mosaicos con representaciones de jardines fantásticos que contrastan con la tradicional austeridad árabe. Así, estas ricas decoraciones no manifiestan ninguna característica árabe si no es por la ausencia de representaciones figuradas.
Por tanto, los mosaicos de la mezquita de los Omeyas de Damasco, como los de la llamada mezquita de Ornar, en Jerusalén, no son árabes o islámicos más que por el lugar en que están. Como ya se ha señalado, presentan, por su estilo y técnica, muchos más rasgos bizantinos.
Pero al extenderse las conquistas del Islam hacia Mesopotamia y Egipto, los árabes entraron en relación con gentes y escuelas artísticas más orientales que congeniaban más con su espíritu que las de Constantinopla y aun de Siria, tan fuertemente helenizada, como ya se sabe. El Eufrates era la frontera de Persia, y al atravesarla, los árabes se encontraron con una civilización que había heredado todas las experiencias artísticas de Oriente.
Las dinastías partas y sasánidas habían coincidido en establecer en las llanuras de Mesopotamia reyezuelos feudatarios fronterizos que montaban la guardia de los pasos del Eufrates a cambio de un máximo de autonomía.
Eran más bien concesiones de contrabando y de pillaje que lugares de policía y aduana, pero también suponían un acuerdo de lo más práctico porque de este modo las citadas dinastías se garantizaban el control de esas fronteras sin tener que dedicar, por ello, grandes efectivos militares que suponían dinero y quizá desguarnecer otros flancos igualmente importantes para la estabilidad de sus territorios.
