La huella del Islam en Persia, Turquía y la India

 

Se acaba de realizar un recorrido por las características más esenciales y las obras de arte más importantes que los árabes llevaron a cabo en los territorios en los que se originó el islamismo así como en España y el norte de África. Y aunque es característica definitoria del arte islámico el sorprendente grado de similitud en el estilo de las obras de arte de todos los rincones del imperio, también es posible encontrar notables diferencias entre, por ejemplo, las construcciones de la Andalucía dominada por los musulmanes y la Persia islámica. De este modo, mientras en el Occidente musulmán la escuela his-panomarroquí empleaba las bóvedas y las cúpulas con notoria sobriedad, lo que, a la postre, se convertiría en uno de los rasgos más característicos del arte islámico en la península Ibérica y en el norte de África, casi en el otro extremo del Imperio islámico, en Persia y Turquestán, los árabes preferían las estructuras abovedadas, ya que eran las tradicionales en las citadas regiones.
Por tanto, las mezquitas tienen allí planta cuadrada con cúpula central, como los antiguos templos del fuego zoroástrico, pues hay que señalar que esta doctrina religiosa se originó en Persia, pero con un patio anterior como en las mezquitas del Islam occidental. Persia es el país clásico de la decoración vidriada; las fachadas aparecen casi siempre decoradas con un sinnúmero de piezas esmaltadas que se ajustan perfectamente.
Este método de decoración llegó a su máximo de suntuosidad en Samarcanda, la célebre ciudad del Uzbekistán, en el Asia Central soviética, tan citada en las famosas Las Mil y Una Noches a causa de su posición estratégica en la ruta de las caravanas que se dirigían a China. En la cresta de una colina cercana a la ciudad se hallan las tumbas de los conquistadores mongoles, formando una singular necrópolis de túmulos con cúpula, como la de los sultanes egipcios, pero aquí refulgen merced al esmalte de la cerámica vidriada. Otra vez, como ya hemos visto en otras tumbas reales que se encuentran en Egipto, los soberanos musulmanes optan por una suntuosidad que parece contradecir las exigencias de austeridad y humildad que marca el Islam.
Entre esos túmulos que se acaban de citar, destaca sin lugar a dudas el sepulcro monumental de Tamerlán, el conquistador del mundo, que fue construido a fines del siglo XV. Se trata del famoso Gur Emir, que está constituido por una alta cúpula sobre un tambor cilindrico, que a su vez está labrada con estrías verticales como una gigantesca tienda del desierto a la que se accede a través de un liwan.
La misma abundancia de mosaicos azules y verdes se encuentra en la fachada que se conserva de la madrasa Ulug-Beg de Samarcanda; coronada por dos cúpulas y dos alminares, constituye el elemento más impresionante de la famosa plaza Registán en la que se encuentra.
Acaso las obras más perfectas del arte decorativo del mundo entero, por su coloración esmaltada, sean las cúpulas y liwanes de las mezquitas persas de Isfahán. Es difícil encontrar, rastreando los cinco continentes, unos esmaltes tan perfectos y sublimes como los que se hallan en estas mezquitas, sin duda una de las joyas de Persia. El arco monumental de entrada consigue en ellas proporciones gigantescas;
sin embargo, no es la magnitud lo que más impresiona, sino la variedad de los detalles, que mudan de color según cambia la luz cada hora del día. La característica islámica en arte y literatura es este deseo de producir un continuo espejismo y recordarnos con belleza que nuestras percepciones no son permanentes. Huelga decir que las largas travesías en el desierto, llenas de jornadas agotadoras incluso para los viajeros más avezados, debían de alimentar la fascinación por el fenómeno de los espejismos, por lo que no es extraño que en una región en la que el desierto lo es casi todo, dicho fenómeno tuviera su simbología en las manifestaciones artísticas.
Desde el siglo XIV las cúpulas del Turquestán y Per-sia presentan una silueta bulbiforme. Son dobles: una más baja, interior, y otra externa, que se distiende como hinchada y está retenida sobre el tambor por muretes radiales, que actúan de contrapeso. Estas cúpulas bulbiformes han servido de modelo para los diseños arquitectónicos de dos pueblos algo alejados del actual Irán; se trata de los polacos y los rusos. Este hecho no deja de ser sorprendente sobre todo en el caso de la más lejana Polonia. Por otro lado, cabe señalar que la arquitectura nacional rusa tiene más de persa que de bizantina.
Los ejemplos más hermosos de este tipo de cúpulas y de las grandes superficies de colores cambian-
tes que acabamos de citar son las construcciones levantadas en Isfahán por la dinastía Safávida, que alcanzó el poder en 1502. La más importante entre el gran número de magníficas obras llevadas a cabo por dicha dinastía, una de las más importantes en la historia del pueblo persa, es la Masjid-i-Shah o Mezquita Real, cuyos tres iwan o pórticos, coronados por cúpulas en las que dominan los colores verde y azul, parecen tres edificios gigantescos independientes. Junto a ella contrastan los suaves rosa y violeta de la mezquita de Masjid-i-Shaykh Lutfu-llah, que data de principios del siglo XVII.

Mausoleo de Itimad-ed-Daula

Mausoleo de Itimad-ed-Daula, en Agrá. Shah Dja-hán mandó erigir este mausoleo para su suegro en 1626. Este edificio es un ejemplo, no superado, de la integración del arte hindú y del musulmán.

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