La última y más gloriosa conquista musulmana fue la de la India. La llegada de los musulmanes, con su religión tan diferente e incompatible con el hinduismo, fue especialmente violenta en esta enorme península, pues las castas superiores, que, obviamente, no estaban entusiasmadas ante la perspectiva de la dominación islámica, veían con temor las doctrinas islámicas.
No hay que olvidar que una de las ideas esenciales de la religión musulmana es el rechazo de cualquier idolatría y de cualquier estructura social que se base en un rígido sistema de clases.
Y en las antípodas de esta forma de concebir la estructura de un pueblo se encontraban los estratos superiores de la sociedad hindú, que disfrutaban de notables privilegios gracias al férreo sistema de castas que justificaba el hinduismo.
Pero, poco a poco, el islamismo fue ganando adeptos entre las clases menos favorecidas de la sociedad hindú, que veían con muy buenos ojos las doctrinas de una religión que les acogía como iguales y no como individuos sin ningún tipo de derecho, como era el caso sobre todo de aquellos que ni siquiera tenían derecho a pertenecer a las castas.
De este modo, cuando se hizo evidente que el dominio islámico en la India no sería cuestión de unos días, muchos de los miembros de las castas superiores decidieron convertirse al Islam, en algunos casos quizá por convencimiento, pero, sin duda, en la mayoría de ellos por pura necesidad de congraciarse con los invasores y de este modo lograr mayores cotas de poder.
Volviendo ya al arte, en la India los estilos islámicos sufrieron modificaciones que después repercutieron en la evolución del arte árabe llegan incluso a influir de forma evidente en el Occidente musulmán.
Así, los sultanes mongoles levantaron magníficas residencias de estilo persa, con patios y pabellones diseminados entre estanques y jardines. La forma de las mezquitas y alminares sufrió también modificaciones por la influencia de los edificios indios que tenían a la vista.
