En esta época, la India va a la cabeza de la civilización musulmana; está ya en contacto con los pueblos europeos, porque los navegantes portugueses habían abierto el camino a los jesuítas y misioneros, y éstos participaron en la educación de la corte fastuosa de los mongoles.
La influencia europea se puede ver en el Taj-Mahal, de Agrá, construido, como ya hemos señalado unas líneas más arriba, en 1630-1653 por el Shah Djahán para servir de sepultura a su esposa predilecta, Mumtaz-Mahal. El edificio-sepulcro está construido sobre una plataforma de 250 metros de anchura y dispuesto admirablemente entre jardines y estanques.
La dirección arquitectónica correspondió al arquitecto persa Ustad Ahmad, excepto la famosísima cúpula, que se eleva a 60 metros de altura, obra del arquitecto turco Ismail Khan. En el centro del edificio se halla la sala octogonal del sepulcro, con grandes nichos y puertas que dan acceso a las demás salas, decoradas con relieves de mármol blanco, que parece fueron obra de un escultor francés de Burdeos.
Todo el interior sigue la estructura del sepulcro de Humayún, y la gran puerta, el trazado de la del sepulcro de Akbar. Pero, pese a la mezcla de estilos, el mágico encanto del Taj-Mahal y su aspecto cambiante según las horas del día hacen de él una de las maravillas de la arquitectura mundial.
El mismo Shah Djahán mandó edificar en Agrá el mausoleo para su suegro, Itimad-ed-Daula, que había sido tesorero del Imperio. Se asienta también sobre un basamento en medio de jardines, con una sala central rodeada de otras ocho y cuatro torres como quioscos en los ángulos. Erigido en 1626, sin cúpula, como la tumba de Akbar, está íntegramente construido en mármol blanco con incrustaciones de jaspe, cornalina, nácar y otras piedras semipreciosas.
En la India los mongoles, que estaban en minoría y rodeados de indígenas de otras razas y religiones, no podían descuidar sus defensas, pese a que eran los gobernantes, pues eran plenamente conscientes de que se encontraban en una clarísima inferioridad numérica y que ello podía acarrearles más de un disgusto si no tomaban las precauciones necesarias.
Para evitar, por lo tanto, posibles revoluciones contra las que difícilmente hubieran podido oponerse de no contar con un aparato militar de importancia, tuvieron la precaución de construir, para la defensa de las ciudades desde las que gobernaban, grandes recintos de murallas con puertas, fosos y torres magníficas.
De este modo, y como resultado de la necesidad de procurarse protección, surge uno de los capítulos más interesantes del arte mongol en la India, el de las construcciones militares. El arte militar musulmán levantó en la India obras prodigiosas de las que aún hoy es posible maravillarse, tanto desde el punto de vista artístico como desde una concepción militar, pues eran fortificaciones realmente modernas y eficaces.
Por tanto, entre las numerosas obras de estas características que construyeron los mongoles, deben destacarse, por ejemplo, las imponentes murallas de Benarés, la ciudad santa de los antiguos indios, las torres y puertas de Delhi, entre las que sobresale el famoso Fuerte Rojo erigido en 1650 por el Shah Djahán para proteger un conjunto de palacios de mármol, y el castillo de Gwalior. Todas estas construcciones atestiguan el genio artístico y militar de un pueblo que durante los siglos que se acaban de analizar constituyó un imperio realmente fabuloso.

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