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Historia del Arte

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Los árabes en España (6)

La Alhambra no es afeminada ni coqueta; su decoración abundante no puede calificarse de frivola ni aun de graciosa: es rica y fuerte como la espuma o los follajes o las nubes que, pudiendo reducirse a elementos individuales minúsculos y bellos, tienen, no obstante, belleza de conjunto y espíritu en su totalidad. Hasta la escala general del edificio resulta arbitraria, a causa de sus reducidas dimensiones; hay que acostumbrarse a ella, instalarse dentro, vivirla, para que la Alhambra no parezca un juguete, una casa de muñecas.

Todo en la Alhambra resulta fascinante: el patio de los Arrayanes, la sala de Embajadores, el patio de los Leones, la sala de los Abencerrajes, la de las Dos Hermanas y la de Justicia, los Baños y el Peinador, parecen ser al primer golpe de vista lugares sólo apropiados para telón de fondo de un cuento de hadas, y, sin embargo, al permanecer en ellos un corto rato se olvidan la proporción y medida.

Lo que debía ser principal para el espectador, que es la escala o canon humano, se ha convertido en secundario, y lo que era secundario para una mente clásica, que es la decoración superpuesta, se ha convertido en principal y por su importancia en lo único. Vivirse en un mundo de formas movedizas, de ensueño, sin deplorar la pérdida de lo real.

La planta tan compleja, de la Alhambra, permite reconocer su articulación en las tres unidades fundamentales que se hallan en todos los palacios de príncipes musulmanes: a) el mexuar, abierto a todos, en el que el sultán administraba justicia y recibía a sus súbditos; b) el dizvan para las recepciones, en el que se encontraba el salón del trono, y c) el harim (o harén) con las habitaciones privadas del príncipe.

El sistema constructivo de la Alhambra es todavía el de un pueblo nómada: los elementos sustentantes, que forman con las vigas o las ligeras bóvedas la osamenta del edificio, son como la estructura de la tienda del desierto, y los entrepaños se recubren de simples vaciados en yeso, cuya decoración va sobrecargándose en adorno y en color. Toda la decoración de la Alhambra iba policromada; los estucos con arabescos y las inscripciones de los muros conservan todavía restos de colores y algo del dorado.

Los azulejos, la marquetería y los relieves de yeso son los elementos primordiales de la decoración de aquel recinto consagrado a la vida doméstica, si bien de cuando en cuando, como para denotar la existencia de un elemento espiritual poderoso, una curva fuerte y pronunciada, una terminación brusca de los frisos confirman las rotundas afirmaciones de las suras contenidas en el Corán.

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