Si los árabes destacaron enormemente en el campo de la ingeniería, fueron también maestros en el arte de la fortificación. Llegaron a desarrollar con tal eficacia la arquitectura militar que de ellos aprendieron los cruzados muchas de las estratagemas para la defensa de castillos y ciudades que se aplicaron después en Occidente. Por ejemplo, la mayor parte de los nombres usados en las construcciones militares de la Edad Media son árabes, como es el caso de almena, barbacana, etc.
En muchos puntos de lo que fue el Imperio musulmán es posible observar hoy en día la gran maestría de los arquitectos árabes en lo que a las construcciones defensivas se refiere. De este modo, en Oriente quedan aún fortalezas árabes magníficas en buen estado de conservación, como el castillo de Alepo.
Asimismo, otras inmensas fortalezas construidas por los sultanes mongoles están aún en pie en las fronteras de Persia. En el norte de África abundan también las ciudades árabes amuralladas. Las fortificaciones de Marrakech y Rabat son obras construidas en el siglo XII por los almorávides, con grandes torres cuadradas que interrumpen el lienzo del muro.
Las puertas de las ciudades árabes acostumbran estar flanqueadas por torres, como las fortificaciones bizantinas. Buenos ejemplos de ello son las puertas de Fez construidas por los almohades (como la famosa Bab-Chorfá), las de Tremecén y las de Chellah, antigua ciudadela cercana a Rabat construida por los benimerines. Algunas veces se abren en un ángulo de la muralla, como la Puerta del Sol, de Toledo.
Todas tienen un largo paso cubierto para defender la entrada. Otras veces se levanta al lado de las puertas una doble cortina de muralla con una segunda puerta; en algunas el paso no puede franquearse en línea recta, sino que hay que doblar en ángulo una o dos veces. Frecuentemente la puerta se reduce a un gran arco o liwan monumental encuadrado por un marco.

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