Las Vanguardias

El precedente esteticista

El modernismo puede definirse como una reacción esteticista contra la civilización industrial, basada en las ideas del simbolismo, y una búsqueda en las formas de la naturaleza, hechos ambos que se unen en la definición de Mackmurdo, según el cual el arte no trata en absoluto de imitar la naturaleza, sino que es una creación imaginativa que busca en ella sus símbolos. Frente a la artificialidad del academicismo y de los historicismos eclécticos, intentaba una liberación llevada a cabo en nombre de la vida y de la sinceridad.
Fue natural que Inglaterra, pionera de la industrialización, produjese, la primera, una reacción esteticista. Ruskin, a mediados del siglo XIX, había predicado ya el retorno a la artesanía y a cierto espiritualismo como antídotos de la fealdad producida por la industria. Siguiendo sus huellas, William Morris quiso llevar a la práctica la renovación, imaginando un arte para todos y en todas partes en el mismo instante en que la pacotilla industrial lo invadía todo. Morris era socialista y concibió la fabricación artesana de objetos de uso como una tarea destinada a dar calidad a la vida cotidiana del hombre común. Así nació el movimiento Arts & Crafts. En la práctica, su intento fue un fracaso, pues querer regresar al trabajo a mano en un momento de producción mecanizada y de grandes aglomeraciones humanas era un contrasentido histórico y convertía los presuntos objetos usuales en artículos de lujo. Pronto se produjo una rectificación, e incluso alguien tan esteticista como el Oscar Wilde de "el arte por el arte" reconoció la fatalidad de la industrialización y la belleza de la máquina.
En la estética de Morris había cierta evocación de los aspectos naturalistas del gótico, así como pureza formal. Todo ello no le impedía estar fascinado con los sueños prerrafaelistas, que le permitían evadirse de un mundo actual y evocar en su temática figurativa la doncella soñadora de ojos entornados, cabellera flotante y trajes vaporosos, a la orilla de un lago.
Al lado de Morris cabe citar al americano James Abbot Mc-Neill Whistler, pintor e interiorista, que no participó de las preocupaciones sociales, sino sólo del esteticismo y que aprovechó la apertura comercial de Japón para coleccionar quimonos y xilografías y convertirse pronto en un compositor de formas dentro del arabesco japonizante. A su lado, el arquitecto Godwin creó, en los años setenta, el estilo de mobiliario anglojaponés. El propio Whistler trabajó como decorador japonizante en obras tales como la fantástica y formidable residencia del coleccionista E R. Leyland, en Washington, armonizada en oro y azul profundo.
La síntesis de todas las direcciones del movimiento esteticista la hizo Arthur Heygate Mackmurdo en los años ochenta. Él fue el primero en resumir las corrientes distintas en la unidad de un estilo coherente cuyo rasgo dominante era la presencia del tema vegetal curvilíneo, los ondulantes tallos, las copas de follaje y las flores. Era el mismo estilo que, en el género gráfico, asumía la sofisticada y enfermiza delicadeza de Aubrey Beardsley y que en cierto modo introducía en los objetos de uso Walter Grane.
En la línea de la honradez, la pureza formal y la lucha contra la retórica orgullosa del eclecticismo, tal como la había emprendido Morris, cabe situar el fenómeno precoz de la arquitectura de C. F. A. Voysey de una libertad, una claridad y una desnudez que la sitúan como precedente directo del movimiento racionalista. Voysey que en sus textos consideró inadmisibles los excesos del modernismo, contribuyó, con sus dibujos para tejidos o papeles murales, a la creación del estilo.

 

 

 
   

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