La mansión de la calle de Château

En 1926 Robert Desnos y Georges Malkine se pusieron en contacto con un trío de amigos que compartían una casita destartalada, en el número 54 de la calle de Cháteau, en la parte posterior de Montparnasse, y vivían al margen de las convenciones sociales. Marcel Duhamel, Jacques Prévert e Yves Tanguy fueron presentados inmediatamente a Bretón e integrados en el movimiento, y la calle de Cháteau se convirtió durante los dos o tres años siguientes en la sede de una actividad surrealista renovada e intensa. Fanáticos del cine y de las novelas folletinescas, asiduos clientes de los bares del barrio, ociosos con vehemencia, los Pieds-Nickelés de la calle de Cháteau hacían gala de un desenfreno humorístico y de una ferocidad en el escándalo público de tal envergadura que no tenía en el surrealismo precedentes. Yves Tanguy se descubrió a sí mismo en este clima de anarquía aceptada mutuamente. Tanguy solamente pintó durante una treintena de años, desde 1925 hasta su muerte. Su trabajo era frecuentemente lento y minucioso, con interrupciones que podían durar semanas, incluso meses, de modo que su obra es poco abundante, se halla dispersa en colecciones existentes en lugares muy diversos, y, en definitiva, es poco conocida. El Museo Nacional de Arte Moderno de París sólo posee un cuadro suyo, y Francia, después de su muerte, ha omitido concederle la menor retrospectiva. Es preciso, pues, admitir que en su propio país Tanguy ha continuado siendo, en cierto modo, un artista maldito. Con todo, no sólo fue el más puro y el más auténtico de los surrealistas, sino también, en todo el arte moderno, uno de los artistas más singulares e irreductibles. Horizontes lejanos bajo cielos inmensos, menhires vegetales, una luz que alumbra los mil matices del nácar y del ágata, son algunos de los componentes de la obra de Tanguy, que tiende ante la mirada de quien la contempla, la pantalla móvil de sus enigmas.
A menudo se veía en la calle de Cháteau a Georges Malkine. Músico, pintor y poeta, era, ante todo, un explorador intrépido, insaciable de logros ilusorios y empeñado en poner de acuerdo a sus actos y su comportamiento con sus ambiciones espirituales. Malkine fue un surrealista ejemplar. Después de su éxito inesperado en la primera exposición que efectuó en la Galería Surrealista de la calle Jacques Ca-llot, en 1927, desapareció en Oceanía y, desde entonces, al contrario que la mayor parte de artistas, no cesó de borrar sus pistas y de obstaculizar todo éxito eventual. Se le vio asumir las diversas funciones de corrector de imprenta, actor de cine y de teatro, y otras diversas. Emigrado a Estados Unidos durante veinte años, volvió a París a la edad de setenta años, para morir en 1969 en una buhardilla próxima a la Porte Saint-Denis, en un estado de extrema indigencia. Su obra es desconocida por parte del gran público, se ha dispersado o perdido, pero quedan restos de elevada calidad, sobre todo la serie de Estancias metafísicas pintadas al final de su vida y dedicadas a los poetas, músicos y artistas que había preferido.