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El fin del siglo XIX comporta también la aparición de un arte cosmopolita que triunfa esencialmente en París, una pintura artificiosa que tiene sus orígenes en el decorativismo fin de siglo, y de temática muy variada, que va del retrato al costumbrismo o incluso al tema épico. El artista más representativo de esta tendencia es el catalán Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959), gran pintor colorista, que contrasta con el muralista Josep M. Sert (1874-1945), seguidos por Xavier Gosé (1876-1915), otro catalán que triunfa en París como refinado dibujante de escenas galantes.
Entre los pintores de temas épicos se puede destacar el santanderino Rogelio de Egusquiza, pintor de temas wagnerianos, o el extraordinario artista canario Néstor Martín-Fernández (1887-1949), ya en límite de la época, autor del magnífico Poema del Atlántico (1913-1938).
Destaca también con entidad específica un grupo de artistas vascos que, como en el caso catalán, responden a unas condiciones de busca de una entidad -y también a la existencia de un mercado más exigente y de mejor nivel adquisitivo- que no se encuentran en otras regiones españolas. Adolfo Guiard fija su residencia en Bilbao en 1886 y elabora -como Casas y Rusiñol en Cataluña- una síntesis de las aportaciones técnicas de la pintura francesa con temas provenientes de la más enraizada tradición vasca. Iturrino, que expone con Picasso en París en 1901 en la galería Vollard, está determinado por su amistad con Matisse, que le lleva a acercarse a opciones próximas al fauvismo. El último gran pintor vasco a destacar es Ignacio Zuloaga, un artista austero, que se relaciona con los círculos regeneracionistas españoles y que ha sido considerado el pintor de la llamada generación del 98.
La obra madura de Zuloaga debe situarse en los años inmediatamente posteriores a la crisis colonial, cuando se dedica a la elaboración de un estilo sobrio que representa la imagen cruel de la sociedad contemporánea, pero que derivará en los últimos años de su vida a un amanerado casticismo.