Notas de Arquitectura

Hacía la arquitectura moderna: la inspiración de la naturaleza

 

Al tambalearse el castillo de naipes del clasicismo, el siglo XVIII recurrió a la naturaleza como inspiradora de la arquitectura. En el corazón del ilustrado germinaba ya el Romanticismo. La conciencia de la historia, jaula de oro de la cultura, pesaba sobre los hombros de un siglo racional y nostálgico a un mismo tiempo. La naturaleza no solamente enseñaba sus lecciones de anatomía, el conocimiento de sus entrañas y de las leyes que la sostienen, sino lecciones de subjetividad, la impresión de su pura apariencia sobre nuestros sentidos. En cierto modo, el hombre claudicó frente a la imposibilidad del conocimiento del universo y se entregó a su disfrute. El abuso del clasicismo apoderándose de las pertenencias de la naturaleza en los jardines, podando la libertad de los árboles en ridiculas formas arquitectónicas y estableciendo recorridos artificiales al curso del agua, levantó en su contra a la sensibilidad inglesa de principios del XVIII. Inglaterra organizó durante ese siglo universos naturales en sus jardines, creando una tradición paisajística que todavía perdura. En el jardín inglés, la naturaleza se parece más que nunca a sí misma. El jardín se apodera del principal secreto de seducción de lo natural: la belleza del instante, partícula del paseo a lo largo del camino accidentado del mundo. La casualidad y el instante se alian en el entorno natural para dar lugar a una concurrencia única y efímera de elementos, como el color de la estación, la humedad y la luz del día, las fugaces sombras de las nubes, las imágenes entrevistas y difusas que ofrece la lejanía. El arte educaba la sensibilidad de los hombres y les hacía ver lo antes inadvertido: la pintura paisajística; mostraba esa naturaleza convertida en tapiz de manchas y de luces, detenía el instante para que pudiera ser contemplado. A partir de los cuadros de Poussin, las ruinas cubiertas de vegetación fueron siempre más bellas que su pasado. El parque de Stowe se modificó continuamente a lo largo de todo el siglo XVIII, desde las primeras reformas que tímidamente protestaban contra la rigidez y el espíritu geométrico del jardín clásico, hasta llegar a convertirlo en una intrincada trama de instantes naturales más o menos unidos por un hilo argumental. El artífice de esta última versión, el jardinero Lancelot Brown, fue encargado de la organización de múltiples jardines en Inglaterra. Este concepto del jardín natural se extendió pronto a Francia y al resto de Europa.
Pero no sólo para disfrutar de la belleza del jardín fue convocada la naturaleza. El arquitecto francés Étienne-Louis Boullée, cuya vida transcurrió a lo largo del mismo siglo, entre 1729 y 1799, y quien llegó a ser testigo de la gran Revolución, solicitaba de la naturaleza que lo condujera de la mano a visitar sus secretos; que fuera maestra de la arquitectura; que le enseñara a utilizar las luces y las sombras tal como se dan en el interior de los bosques; a evocar la sensación de lo grandioso y de lo sublime, como la que se tiene ante los volcanes en erupción o como la del náufrago en la soledad del océano, y a dominar la belleza racional de las formas puras de la cristalización de los minerales y las piedras, de las estructuras de crecimiento de las plantas. La arquitectura propuesta por Boullée mostraba por primera vez columnatas como bosques, el tamaño grandioso de los edificios y las formas puras, como la de la esfera, el cono y la pirámide, con toda nitidez. La naturaleza abrió una puerta sellada por la que irrumpieron en la historia de la arquitectura colores y sensaciones instantáneas, fluencias de secuencias espaciales, formas puras y absolutas, sin máscara ornamental. Con todas estas piezas se empezó a construir la arquitectura moderna.

Kew Gardens

Kew Gardens (Londres, Gran Bretaña) El jardín natural es una muestra sutil de la intervención del hombre sobre la naturaleza. A lo largo del siglo XVIII, en Inglaterra, la práctica de configurar el jardín según las propias leyes naturales anunció un cambio de sentido de los valores estéticos. La naturaleza es maestra de la belleza instantánea, de la riqueza de luces que iluminan los más variados colores, del cambio continuo de las formas naturales con el impulso del viento, de la evolución en el transcurso de las estaciones; todo ello ba¡o la mirada dinámica del hombre que recorre el lugar natural. La geometría y la rigidez arquitectónica son expulsadas del jardín: la naturaleza sólo puede imitarse a sí misma, y la acción humana sobre ella está destinada a hacer brillar con mayor esplendor su propia belleza.

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