Desaparecidos en la posguerra española, estos objetos populares, realizados para el uso doméstico, se empezaron a modelar en Zamora en el siglo IX. Sus formas y decoración se ha mantenido inalterables durante siglos.
La cerámica que nos ocupa, desaparecida en la posguerra civil española, existió en el barrio de Olivares desde la Alta Edad Media, manteniendo una técnica de elaboración y decoración que marca esos inicios medievales.
Su valor con respecto a otras cerámicas de Castilla y León es importante, incluso en referencia a otros alfares, de formas tradicionales, de la ciudad como el Barrio de San Frontis, ya que está bañada en estaño, única en la zona, marcando unas formas cerámicas más finas en una zona eminentemente rural y con un bajo poder económico.
Según algunos estudios parece que los orígenes de la cerámica de Olivares datan del siglo IX, ya que Zamora era un territorio aún por repoblar, hecho que ocurriría probablemente a fines de ese mismo siglo con Alfonso III, que en la reconstrucción dotó a la ciudad de estos servicios alfareros de los que se han encontrado pocos restos, indicando así su lejano origen alto medieval y que inclina a pensar a los estudiosos que los mozárabes toledanos aportaron su conocimiento sobre el barro, siendo mucho más tarde cuando aparezcan los vidriados.
Esta repoblación con gentes de Galicia, Toledo y otras zonas continuó a lo largo de los siglos con Fernando I, Fernando III y con Alfonso VI, que supuso la incorporación de la Iglesia a ese florecimiento artesanal del momento, éste es el caso de las aceñas de Olivares que pertenecieron al Monasterio del Campo de la Verdad; algo similar ocurre con el Monasterio de San Clemente de Toledo que adquiere durante los siglos XII y XIII varios alfares, uno de los cuales era particular.