Partos y sasánidas

La efímera conquista del Oriente por Alejandro fue la única gran tentativa que desde Europa se efectuó para incorporar el Asia a la cultura clásica europea. Esta expedición llegó hasta el Indo y dejó rastros duraderos de su paso. Pero, desmembrado el Imperio alejandrino, parte de lo que había sido antes la vasta Persia aqueménida quedaría desde entonces, hasta su conquista por los árabes, como espacio destinado a interceptar toda posible expansión europea hacia el Este, al mismo tiempo que constituía una amenaza para Bizancio.
Esto no impidió la asimilación de ciertas características del arte griego helenístico y del bizantino. Se puede comprobar este fenómeno en las construcciones de los partos y en el arte de sus sucesores, los reyes de la dinastía sasánida, monarquías que, en cierto modo, aspiraron ambas a devolver al suelo persa la antigua grandeza de su civilización.
Por lo tanto, la conquista de la meseta del Irán llevada a cabo por los partos del Norte se inició durante el siglo III a.C. en forma de levantamiento contra los griegos seléucidas. Este espíritu de independencia se afirmó bajo Mitrídates I, hacia el 140 antes de Cristo, y después bajo Mitrídates II, que llevó los límites occidentales del Imperio parto hasta el Eufrates y el Tigris. Esta era la frontera con Roma cuando, a partir del año 64 a.C., los restos del poderío seléucida pasaron a poder de los romanos. En la ribera opuesta del Tigris edificaron los partos un campamento militar de planta circular, como los asirios, que se convirtió en su nueva capital, Ctesifonte, que fue también la de la dinastía sasánida cuando ésta, en el siglo III a.C, logró instaurarse en la meseta del Irán.
Hay que volver de nuevo a hablar del arte y, de este modo, en arquitectura y escultura no debe extrañar que los partos tratasen de revalorizar algunas de las pretéritas características del arte aqueménida. En sus edificios, construidos en adobe o ladrillo, son signos de supervivencia oriental la presencia de salientes que vienen a interrumpir lo liso de los muros, o su decoración con efigies de estuco, elementos que pueden reconocerse en la fachada del palacio de Assur (siglo I a.C.) donde los salientes interrumpen con manchas de sombra las superficies lisas expuestas al sol. También se encuentra la típica planta persa circular y los muros con máscaras salientes de piedra en los restos del palacio de Hatra. Ciertos detalles denotan, en cambio, la aceptación de elementos helenísticos, mal adaptados, como el capitel dórico o corintio, las grecas y meandros que ornan los estucos de que se revisten los interiores, las columnas adosadas que, flanqueando el portal, dan a éste el aspecto de un arco triunfal romano, etc. Las escasas muestras escultóricas en bulto denotan, en su indumentaria, preocupación por afirmar un sello racial, aunque la factura de los cuerpos y rostros imita la de las esculturas griegas.
Por otro lado, ejemplo excelente de todas estas características que se acaban de comentar es la gran estatua en bronce de un príncipe parto hallada en Shami. Se trata de una espectacular representación en la que sobresale el ancho rostro, con largo bigote, enmarcado por una gran cabellera y particularmente impresionante es la mirada fija y autoritaria de sus grandes ojos. Algunas cabezas femeninas en mármol muestran hasta qué punto es importante la influencia helenística en la estatuaria parta.
Pero el aspecto artístico en el que se hace más claramente patente el deseo de recuperar el esplendor y el poder que se creen perdidos, allí donde más evidente se hace la ambición de enlazar con la antigua cultura persa es en los relieves conmemorativos, tales como el de Nimrud-Dagh, en el norte de Siria, en que aparece Antíoco I, rey de la Comagena, con cetro y una corona que prefiguran los de los reyes medievales europeos, junto al dios Mitra, o en los bajos relieves que adornan la roca de Tang-i-Sarvak, con frisos enormes, rudamente ejecutados.
En estas composiciones el relieve es muy plano, sin preocupaciones por reproducir una anatomía naturalista, pero es extraordinariamente atento a los detalles vestimentarios o a las actitudes rituales que informan sobre el rango de los personajes y el sentido que cabe dar a la escena. Todas ellas son características que ya se hallaban en el arte aqueménida y que ahora renacen.
Cuando en el año 224 Ardeshir Babakán, príncipe de El Fars, logró, tras prolongada lucha, matar, según se cuenta, con sus propias manos al rey parto ArtabánV, quedaba introducida la dinastía sasánida, que podía alegar descendencia directa de la dinastía aqueménida vencida por Alejandro, lo que estaba considerado como motivo de gran prestigio. Los grandes relieves rupestres de Firuzabad, que narran la lucha entre sasánidas y arsácidas partos, y el de Naqsh-i Rustam, cerca de Persépolis, en que Ardeshir y el dios Ahura-Mazda aparecen solemnes en sus cabalgaduras, en el momento en que el dios consagra a aquél con la insignia del poder, son momentos aún más próximos, por su majestuoso empaque y enérgica factura, a los que antiguamente habían representado a los reyes aqueménidas ante sus dioses, o acompañados de sus palaciegos, o recibiendo el acatamiento de los vencidos.

Príncipe parto
Príncipe parto (Museo Arqueológico, Teherán). Detalle facial de una escultura procedente de Shami.

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