Salvador Dalí

EL enigma del deseo-Mi madre, mi madre, mi madre (1929)

Salvador Dalí

n. 1904 en Figueras, f. 1989 en Figueras

Óleo sobre lienzo, 110 x 150 cm.
Munich, Pinakothek der Moderne

Si se aborda la obra de Salvador Dalí sabiendo que encontró el tema de sus pinturas en su propia disposición psíquica y que a partir de ella creó conscientemente cuadros que parecen irracionales, enigmáticos y complejos, nada tiene de extraño que el mismo artista se incluya en muchas de sus representaciones y se presente como una tigura encubierta o como una fisonomía desfigurada. También se descubre su autorretrato en el cuadro
El enigma del deseo - Mi madre, mi madre, mi madre (L'énigme du désir - Ma mere, ma mere, ma mere).
La cabeza de Dalí está en el suelo con los ojos cerrados, aparentemente dormida o semimuerta -las hormigas que salen de su oído revelan descomposición y decadencia-, en tanto que su cuerpo de monstruo, que casi llena el cuadro, parece ahogar y paralizar al pintor. Se trata de una figura singular, que por su forma indeterminada recuerda, por una parte, un estado embrionario todavía en vías de evolución, pero, por otra, despierta asociaciones con inmóviles estructuras geológicas. El pintor es prisionero de este cuerpo lleno de cavidades ovaladas, aberturas en las que una y otra vez se repiten las dos palabras: «ma mere». Éstas son la clave de la interpretación del cuadro y se complementan con otro elemento fundamental: la pequeña cabeza de león desfigurada por la mueca, referencia al padre, que permanece en actitud de triunfo en el lugar más alto de la mon-taña-cuerpo y parece aplastar contra el suelo la cara de su hijo.
La testa de león está presente una vez más en el cuadro, encima del autorretrato de Dalí, como parte integrante de un grupo figurativo complejo. Se reconoce también aquí la cabeza hundida y canosa de un anciano abrazado por la esbelta figura de espaldas de un joven; a su lado hay una cabeza de pez y sobre ella, una langosta, una mano con un cuchillo amenazadoramente alzado y la cabeza de una mujer -tal vez la madre-, que observa con expresión de desesperación un acontecimiento en el que no puede intervenir. La agresiva cabeza de león y la cabeza blanca del anciano son, según parece, los dos rostros del padre. Éste se inclina hacia su hijo, quien se aterra angustiado a él y no tiene la menor sospecha del puñal con que a sus espaldas le amenaza su progenitor (aunque también es posible que esté tratando de protegerle y de defenderle de los monstruos -peces y arañas- que le rodean). Independientemente de la manera con que se ensamblen e interpreten los detalles, el sentido profundo de la representación parece encontrarse en el rostro sufriente e inmovilizado en el suelo del pintor como protagonista. Cabe preguntarse «¿cómo se salvará?», mientras a través de las aberturas del cuerpo del centro del cuadro la mirada se dirige hacia una aparición en el horizonte. Se trata del torso desnudo y ensangrentado de una mujer joven que se esconde en un lugar parecido a una gruta. De una manera casi fantástica, esta figura femenina ofrece la perspectiva de una salvación siempre que quien está avasallado en el suelo consiga liberarse de las ataduras de sus angustias y obsesiones.


«El payaso no soy yo, sino esa sociedad tan monstruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta el papel de seria para disfrazar su locura.»
Salvador Dalí

EL enigma del deseo-Mi madre, mi madre, mi madre  

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