Yves Tanguy

Día de apatía (1937)

Yves Tanguy

n. 1900 en París, f. 1955 en Woolbury (EE.UU.)

Oleo sobre lienzo, 92 x 73 cm.
París, Musée National d'Art Moderne., Centre Pompidou

Existe la tendencia a comparar los paisajes de Yves Tanguy con fotografías de una estrella lejana, pues es difícil encontrar conceptos para definir las escenografías, al mismo tiempo mágicamente frías y latentemente amenazadoras, que el pintor proyecta. El universo que pinta, sorprendentemente próximo en muchos casos al de los cuadros de Salvador Dalí tanto por la luz como por la figuración, refleja, sin embargo, una diferencia decisiva. Mientras Dalí traduce sus obsesiones personales en visiones muy precisas, la pintura de Tanguy puede calificarse de distanciada y nada apasionada.
Sus visiones, que sólo se revelan como pesadillas tras ser analizadas con detenimiento, nos afectan a todos, como nos indica la sensación difusa que percibimos ante estos cuadros. A ello se refería, tal vez, Bretón al predecir que la obra de Tanguy únicamente sería descifrada por las generaciones futuras. Para Bretón, la importancia de Tanguy radicaba en una cierta falta de obligaciones para con el carácter surrealista y misterioso de su obra. En su opinión, Tanguy no adquiría ningún tipo de compromiso en cuanto a cualquier aproximación a la realidad.
Lo nuevo y absolutamente singular de Tanguy se funda, sobre todo, en una cierta elegancia, en la belleza excéntrica de lo feo que define sus cuadros. Esta característica especial se acentúa cada vez más en sus obras de finales de la década de 1930, entre las cuales se incluye Día de apatía (Jour de lenteur). En esta ocasión, Tanguy separa con precisión los diferentes elementos figurativos del fondo en que se insertan. Como en sus cuadros, hace que sus peculiares figuras surjan desde el agua o desde una materia blanda. Está, además, el hecho de que en las obras posteriores las figuras surrealistas proyectan sombras intensas, creándose un espacio que en realidad no existía antes. En efecto, las líneas del fondo, que se desvanecen como vistas a través del objetivo flou de una cámara, se convierten en una estructura abstracta y plana, y despiertan asociaciones todavía vagas relacionadas con un paisaje. En cualquier caso, la transición de la oscuridad a la claridad constituiría el lugar de una línea del horizonte. Sobre este fondo abstracto sitúa Tanguy dos figuras principales,
una de las cuales evoca un caballo con jinete y armas, mientras que el ser que se le acerca a la velocidad de un caracol desde la derecha se parece a una torre a la que se asoma un combatiente. En el fondo aparece una tercera figura deslizándose por encima sobre un soporte rojo. El escenario en su conjunto es tan silencioso como peculiar. Imposible saber dónde situar la representación, si en el pasado más recóndito o en el futuro más lejano.
Volvemos así a la evaluación de Bretón del arte de Tanguy, cuya integridad subrayaba el poeta y portavoz del surrealismo. Pero esta vez, Bretón no sólo pensaba en la lealtad artística del pintor, pues durante la década de 1930 Tanguy fue uno de sus amigos más fieles, que siempre estuvo a su lado en los conflictos que sacudieron el movimiento surrealista. No obstante, sus caminos se separaron en 1939, cuando Tanguy fue a Estados Unidos para casarse con la pintora norteamericana Kay Sage y ponerse a salvo ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial.

«La pintura se consuma ante mis ojos, descubre sus sorpresas a lo largo de su evolución. y es eso mismo lo que me aporta una sensación de completa libertad.»
Yves Tanguy

Día de apatía  

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