En 1873, la búsqueda de un local para la futura exposición colectiva de los impresionistas les lleva al estudio del fotógarfo Nadar, en el número 35 del boulevard des Capucines.
Monet instala su caballete en el balcón del segundo piso, mirando a la Ópera Garnier, que se inaugurará dos años más tarde.
El cuadro que emprende será un emblema para una de las avenidas más de moda y para la exposición de vanguardia que se prepara.
Monet opta por una visión en picado, como en las fotografías aéreas que fueron uno de los muchos éxitos de su anfitrión.
Esta composición en diagonal se ordena según dos planos determinados por la luz: la acera de la sombra y la acera del sol con las fachadas iluminadas de los edificios.
Una multitud de pequeñas siluetas, traducidas en anotaciones gráficas, atesta el pavimento y subraya la efervescencia de la víspera de las fiestas.
Críticos como Leroy le denostan, pero otros se muestran entusiasmados, como Chesneau: Nunca lo imperceptible, lo fugitivo, lo instantáneo del movimiento, había sido captado y plasmado en su prodigiosa fluidez como en este maravilloso boceto…
Para él, el lienzo es una obra que resonará en el futuro. El interés constante que el siglo XX manifestó por Monet es prueba de ello.
