Muy pocos tuvieron el privilegio de ver estos grabados en vida de Goya. El pintor únicamente envió al historiador de arte Bermúdez un ejemplar completo, con más de ochenta pruebas de impresión, para que corrigiera los epígrafes. La primera edición de la serie vio la luz en 1863 con el título de Desastres de la guerra; originalmente, Goya había asignado otro título a la colección: Consecuencias funestas de la cruenta guerra contra Bonaparte y otros inventos de la pasión.
Soldados franceses fusilan a unos campesinos insurrectos. Goya subraya el anonimato del pelotón de fusilamiento introduciendo en la escena únicamente ei cañón de ios fusiles. En el centro se halla a víctima, completamente indefensa. El pintor eligió una composición bastante similar en su famoso cuadro de Los fusilamientos de la Moncloa.
En esta obra el pintor muestra la cruda realidad de la guerra, y cómo ésta es capaz de convertir a los hombres en bestias. Goya lo había visto con sus propios ojos cuando atravesó el país en 1808 para visitar Zaragoza. Compró una gran cantidad de planchas de cobre y empezó a realizar los aguafuertes en 1810. Tuvo que emplear también algunas placas viejas, puesto que el cobre era un bien escaso.
Además de sus propias experiencias, Goya recurrió a las noticias que circulaban en boca de testigos oculares. Los sucesos de la guerra eran cada vez más confusos y no había un frente de batalla claro: numerosas bandas clandestinas, distribuidas por todo el país, hostigaban sin tregua a las tropas francesas. Las fuerzas de ocupación y los lugareños se masacraban mutuamente en actos de venganza atroces, sin respetar a la población civil.
(Desastres número 39, 1812-1814) Aguafuerte 15,7×20,7 cm
Los cadáveres de tres hombres yacen abandonados en la yerma llanura después de haber sido sometidos a terribles torturas. ¿Eran franceses o españoles? Goya deja el interrogante en el aire y retoma la tradición pictórica de los martirios de santos cristianos. Pero en este caso no existe ninguna esperanza de redención.
Los grabados de Goya no son representaciones de batallas, sino que muestran fusilamientos, violaciones, montañas de cadáveres, crueles mutilaciones, ahorcados, personas que huyen presas del pánico, hombres y mujeres hambrientos y heridos. Los culpables se convierten en víctimas y las víctimas, en culpables.
A menudo, los insólitos comentarios de las estampas acentúan aún más el sin sentido de la violencia: Enterrar y callar, No se puede mirar, Nadie debe saber por qué, De nada sirve gritar o Carretadas al cementerio. Finalmente, al acabar la guerra añadió una serie de sátiras acerbas contra la Iglesia y el Estado.
Sólo el último grabado de los Desastres refleja una tímida esperanza: los enemigos de la verdad, representada como una hermosa mujer, retroceden hacia las tinieblas ante la resplandeciente luz que emana de ella.
La guerra ignora los límites que separan a los civiles de los militares y la diferencia entre hombre y mujer. Las mujeres se arrojan sobre sus enemigos, con sus hijos en brazos, con el valor que da la desesperación. Fuentes históricas hablan de la intervención salvaje y despiadada de las mujeres en la lucha. Goya les dedicó varios grabados de su serie Desastres de la guerra.