La arquitectura


Es hora ya de examinar las reliquias que se han conservado de la arquitectura y escultura prerrománicas de los ostrogodos y merovingios que ocuparon los territorios de Italia y Francia. Las razas germánicas mantuvieron el tipo de habitación aislada hasta que se hubieron constituido las naciones occidentales. Las antiguas ciudades romanas se despoblaron en muchos casos, así como los vicos o aldeas, situados a lo largo de los caminos, y en los lugares más excelentes, en los valles fértiles o en las cumbres, propias para la defensa, los jefes bárbaros se instalaron con sus familias; una empalizada rodeó estas viviendas. A la villa romana, que era sólo un establecimiento agrícola, sucedió el nuevo tipo de habitación, con las casas del señor y de los siervos junto a sus establos, rodeado todo con una defensa.
No obstante, las altas instituciones de gobierno requerían otra clase de edificios. En Italia, el ostrogodo Teodorico, que soñaba con infundir en el cuerpo exangüe del Imperio romano la savia fresca de su nación goda, y con rehacer el esplendor de los tiempos felices de Augusto y de Trajano, deseó perpetuar su nombre con monumentos famosos, imitando lo más exactamente posible las obras de los emperadores.
Es curioso comprobar cómo, mientras Teodorico lograba reunir en su corte de Ravena un núcleo de escritores y juristas dignos de llamarse herederos de la gloria latina, como Boecio y Casiodoro, sus arquitectos no pudieron construir una bóveda aparejada ni trazar el perfil de una cúpula. Es un lugar emocionante aquel rincón de Italia donde se levanta la tumba de Teodorico, en los alrededores de la ciudad de Ravena. Por lo que se puede colegir, aquel rey ostrogodo deseó para su cadáver un sepulcro como el mausoleo de Augusto en Roma, donde el sarcófago del gran emperador estaba cobijado bajo una cúpula gigantesca. Pero los trabajadores de Teodorico para imitar la bóveda del mausoleo romano no hallaron otro medio que trasladar desde el otro lado del Adriático un monolito enorme de mármol de Dalmacia, como una inmensa tapadera, a la cual se dio un poco de forma curva.
Este bloque que cubre la sala de la tumba de Teodorico tiene ocho metros de diámetro, y en la parte superior, que da fuera, se han dejado una especie de anillas de la misma piedra como para recordar el esfuerzo de la colocación de ese bloque sobre las paredes circulares. Exteriormente, el edificio está decorado con arcadas ciegas de medio punto, con despiezo regular, pero relieves y ornamentos de los frisos tienen la repetición de ritmos espiraliformes tradicional en el arte nórdico.
Pero es posible otra interpretación de este extraño monumento que demostraría que su carácter germánico no se reduce a la ornamentación abstracta, típicamente bárbara, que decora su cornisa. En efecto, la técnica magistral del tallado de los bloques revela la presencia de arquitectos romanos que -como sabemos- eran expertos constructores de bóvedas y de cúpulas. La única explicación de este techo monolítico de cinco toneladas sería que el rey de los ostrogodos lo exigió porque recordaba las tumbas de sus antepasados: los dólmenes de las costas del Báltico con un gigantesco bloque en lo alto, colocado horizontalmente.
Teodorico levantó también en su capital de Ravena un palacio, de cuya fachada se conservan restos, aunque muy desfigurados, pero además se le puede ver representado en mosaico en una de las zonas decorativas de la iglesia de San Apolinar, vecina al palacio.
Los demás monumentos construidos por los godos en Italia están descritos demasiado sumariamente por los escritores contemporáneos para que podamos imaginárnoslos; pero debieron de tener revestimientos marmóreos y canceles decorados con temas que parecen una traducción en piedra de las formas empleadas para fíbulas, joyas y armas. Por otra parte, los antiguos edificios romanos ofrecían todavía lugar para espléndidas residencias de los jefes. Por esta época, en Roma, Belisario aún pudo habitar la casa de los Césares en el Palatino, y en Milán, los longobardos debieron de encontrar termas y basílicas que, reparadas y adornadas, podían servirles para alojar su corte. Algo parecido ocurrió en las Galias.
La corte de Eurico, que causó asombro por su riqueza al último gran poeta latino de las Galias, Venancio Fortunato, estaba instalada en el Capitolio que sabemos existía en Toulouse. Sidonio Apolinar describe su casa de campo, con baños cubiertos con bóvedas, comedores de verano e invierno, terrazas y logias como una villa romana. Más tarde, los monarcas francos construyeron palacios en las capitales; el de París tenía dos pisos, y el de Metz, una terraza sobre el Mosa. Sin embargo, el lugar preferido para residencia de los monarcas francos eran las famosas granjas reales, una de las cuales estaba cerca de París, en Chelles, otra en Nogent-sur-Loire, otra en Normandía... Eran grandes haciendas rodeadas de una empalizada; cada sala era un edificio separado con tejado aparte. En España, los reyes visigodos tenían su granja real en Gerticos, en la provincia de Salamanca, donde pasaban más tiempo que en la Arx, o el Real de Toledo.
Los bárbaros, al convertirse al cristianismo, quisieron erigir grandes basílicas, y para ello despojaron los monumentos romanos de sus mejores piedras, a fin de engastarlas en las fachadas de los nuevos templos.


Friso del Mausoleo de Teodorico
Friso del Mausoleo de Teodorico (Ravena). El primitivismo de la cúpula monolítica contrasta con el friso esculpido que reproduce las formas geométricas típicas de las fíbulas de la época.

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