Acentuó siempre la vibración de los contornos de las formas humanas, así como buscó efectos de vibración cromática en su colorido. A Correggio le encantaban las carnes flexibles y rosadas de los niños y de las mujeres, en las que las curvas redondeadas borran la precisión de los músculos, tendones y huesos. Podríamos decir que su ideal de forma no es la del niño, sino la de lo femenino que hay todavía en el niño.
Este delicado pintor de Parma dulcificaba las curvas del cuerpo, para convertir santos y vírgenes en niños agrandados. Manos y pies son preciosos; en todas sus obras hay un extraño abandono: no es la sensualidad consciente y casi trágica de Tiziano y Giorgione, es como un vago deseo que se satisfaría sólo con el tacto. Tiziano, viendo los frescos de Correggio en Parma, decía: «Si no fuese Tiziano, quisiera ser Correggio». Velázquez, en su segundo viaje a Italia, se detuvo en Parma varias semanas, procurando conseguir para Felipe IV obras de Correggio, y acaso por la intervención personal de Velázquez se conservan hoy en el Prado dos cuadros de aquel pintor. Parecen pintados con esencias olorosas. El paisaje del Noli me tangere, del Prado, es de tonos irisados maravillosos; la Magdalena, rubia, vestida de brocado amarillo, está postrada delante del joven jardinero, también algo infantil. El otro cuadro es una Virgen con el Niño y San Juan que es interesante comparar con la Virgen de las Rocas, de Leonardo.
Correggio murió joven, en 1534, antes de los cuarenta años. Mas tuvo tiempo y ocasión de emprender trabajos de grandes proporciones: el decorado de la cúpula de la catedral de Parma y varias otras pinturas de la misma iglesia. Sin embargo, hay que conocerle más por sus cuadros profanos, donde su estilo se entrevé poético y sensual. Desde el siglo XVI han sido muy estimados y denostados, comprados y vendidos, y hasta cortados y destruidos. Después, por fin, fueron rehechos. Entre tales obras hay que citar su Danae, de la Galería Borghese, la Antíope, del Louvre, y la lo y el Ganimedes, de Viena.
Correggio creó en su Virgen adorando al Niño, de los Uffizi, y en su Nochebuena del Museo de Dresde, un tipo de pintura que representa el Nacimiento en que toda la luz emana del cuerpo del Niño. La composición es de dulces tonos azulados, los colores de una noche clara, pero las figuras están iluminadas por los rayos que proceden del cuerpecito del tierno infante. Esta usurpación de los derechos de la naturaleza se perpetúa en imitaciones pictóricas del período barroco, como la Nochebuena de Cario Maratta, que se conserva en el Museo de Dresde.