El Palacio Vaticano

El siglo XVI no fue el más a propósito para edificios religiosos. Los papas del Renacimiento eran hombres de Estado, como Julio II, o eruditos y aficionados, como León X y Paulo III. Cuando Miguel Ángel labró para Bolonia el retrato de Julio II puso en sus manos un libro abierto, por lo que el gran pontífice le reprendió diciendo que lo que hacía falta en su retrato era una espada, pues él no era hombre de lecturas: Mettevi una spada, che io non so lettere. La preocupación dominante era restaurar en todos sus detalles la vida clásica, y esto se ha de reflejar en la más social de todas las artes: la arquitectura. El primer edificio con carácter de habitación que debemos citar de esta época es el propio palacio del Vaticano. El conjunto es una construcción compleja en la que cada Papa ha introducido nuevas dependencias, pero el plan puede reducirse, en sus elementos esenciales, a las habitaciones que rodean al patio llamado de San Dámaso y a las dos largas alas paralelas que reúnen este núcleo al pabellón del Belvedere, en donde se encuentran los Museos y la Biblioteca, característicos accesorios del palacio pontificio.
El patio de San Dámaso, obra de Bramante y Rafael, tiene sus cuatro pisos de pórticos proyectados con la clásica simplicidad que recuerda los monumentos romanos. Es curioso que este palacio sólo tenga construidas tres alas, dejando abierta la parte del edificio que mira hacia Roma. En la planta baja están los despachos de la Curia. En el primer piso se hallan las estancias de los Borgia transformadas hoy en Secretaría, las habitaciones particulares de los actuales papas y los salones para las audiencias públicas y las grandes recepciones. En el segundo piso se abren las estancias de Julio II, decoradas por Rafael, y allí se halla también la capilla de Nicolás V y la sala grande de Paulo III. Por fin, en el tercer piso del propio núcleo está la llamada galería de las cartas geográficas, con habitaciones de funcionarios y dependencias de menos importancia.
Estos son los servicios instalados alrededor del patio de San Dámaso, en forma, como hemos dicho, de U, abierta por uno de los lados mirando a la gran plaza. Dan la vuelta a cada piso vastas galerías de comunicación, o logias, decoradas hermosamente por Rafael y sus discípulos. Este núcleo de habitaciones y dependencias alrededor del patio de San Dámaso se hallaba en un principio separado del pabellón del Belvedere, asentado en lo alto de los jardines y dominando toda la ciudad. Fue también Bramante, por encargo de Julio II, quien, después de haber completado la decoración de los edificios que rodean el patio de San Dámaso, los reunió con los del Belvedere por medio de dos largas alas de trescientos metros, que dejaban dentro de ellas un inmenso patio rectangular, llamado de la Pina, porque allí se puso una pina colosal de bronce, procedente de un antiguo edificio romano, la Domus Áurea de Nerón, y que durante toda la Edad Media había estado delante mismo de la basílica de San Pedro.
El patio de la Pina tiene en la pared del fondo, por la parte del Belvedere, un nicho altísimo, que produce un efecto grandioso al final de la perspectiva del gran patio. Este efecto era aún mayor en el proyecto de Bramante: el patio se dividió después en dos por un brazo de edificio transversal, para poder comunicarse por la mitad las dos alas de trescientos metros. Estas larguísimas alas, como el brazo transversal y el Belvedere, están dedicadas al servicio de museos, archivo y biblioteca, y, realmente, ninguna residencia de ningún otro soberano del mundo tiene concedido a estos servicios un espacio tan importante. El grupo para habitación y recepciones, alrededor del patio de San Dámaso, es mucho menor que el área que ocupan los brazos destinados a galerías de estatuas, depósito de manuscritos preciosos, lápidas y objetos litúrgicos, acumulados en los museos y la biblioteca del Vaticano. La misma instalación es suntuosísima: las estatuas y los cuadros están colocados con toda la dignidad que corresponde a los grandes tesoros de la antigua Roma, que los pontífices del Renacimiento recogieron con tanto amor.
El palacio del Vaticano es la mayor obra de esta época en Roma; pero, además, éste es el siglo de los grandes palacios romanos.

 

Frescos de Rafael en el interior del Palacio Vaticano
Frescos de Rafael en el interior del Palacio Vaticano.