La escuela de pintura veneciana

 

Esto es lo que Giambellino debe a Antonello, quien lo llevó desde Flandes a Venecia, por haber vivido allí, y a Nápoles y Sicilia, donde pudo ver tablas flamencas, a las cuales el rey Alfonso el Magnánimo de Aragón, señor entonces de aquellos países, era muy aficionado. Antonello llevó a Venecia la corporeidad individual del retrato. El "caso" de Antonello de Messina constituye todavía un enigma; no se conocen muchos detalles de su vida, aunque se le ha creído discípulo de un pintor meridional, Collantonio. En el que pasa por ser autorretrato suyo, en la National Gallery, de Londres, se nos presenta joven, con mirada franca. Parece probable que estuvo en Brujas, pero lo único seguro es que vivió en Milán y que en Venecia desarrolló toda la madurez de su arte. Por esto incluimos el nombre de Antonello dentro del círculo de los pintores venecianos, aunque propiamente es un pintor solitario y vagabundo. Sin embargo, en Mesina se había conservado su obra más importante: un tríptico de la catedral, salvado de manera milagrosa entre los escombros, cuando se produjo el terremoto de 1908.
Está también relacionado con la escuela veneciana el gran artista Andrea Mantegna, que era cuñado de los hermanos Bellini y que influyó mucho en Giovanni Bellini. En una carta a Isabel Gonzaga, en la que pedía un cuadro con una historia o fábula antigua, a la manera de las alegorías de Mantegna, se excusaba diciendo que en modo alguno podía compararse con su cuñado.
Después de los Bellini, la escuela veneciana produce una serie de artistas excelentes que continúan sus tradiciones, pero Vittore Carpaccio (1465-1525) es la más interesante personalidad de todo el grupo. La mayor parte de sus obras están aún en Venecia. Fue el pintor de las cofradías de mercaderes, que competían en glorificar a sus santos patronos, haciendo pintar los principales pasajes de su historia. La serie de sus grandes pinturas en que representó la vida de Santa Úrsula es uno de los mejores ornamentos del Museo de la Academia de Venecia. Son varias composiciones pintadas entre 1490 y 1495 que forman un ancho friso, de una animación de figuras extraordinaria; en el fondo se ven ciudades, el mar y los canales, y altas rocas con edificios suspendidos sobre el agua, todo ello dentro del género iniciado por Gentile Bellini.
Carpaccio pintó también para la cofradía de los dálmatas, llamados Schiavoni, una serie de pinturas con episodios de la leyenda de San Jorge y de la vida de San Jerónimo. Las de San Jorge son particularmente famosas; el cuadro de la lucha del santo con el dragón (con una Lamentación de Cristo, del Museo de Berlín) es lo más sobresaliente de la obra de Carpaccio. El animoso paladín, caballero en negro corcel, arremete decidido contra el monstruo en un campo sembrado de huesos y cadáveres. Todo el fasto de la vida oriental hubo de copiarlo Carpaccio en las escenas sucesivas del regreso de San Jorge y de la conversión del rey, padre de la princesa rescatada. Lo que caracteriza a este pintor es una sensibilidad aristocrática muy propia: toda su obra está impregnada de buen gusto y distinción. Hasta en su misticismo es sutil y refinado.
Otros maestros dentro de la misma escuela siguen por el camino de Carpaccio y los Bellini. Son cuatrocentistas más brillantes y luminosos que los del resto de Italia, pero también más lánguidos y más sentimentales.
El más importante de ellos es Giambattista Cima de Conegliano, artista que se muestra refinadísimo en el manejo de la matización cromática. Pero con él, y con otros contemporáneos suyos, como Marco Baisati, la pintura veneciana habría quizá permanecido dentro de los mismos temas y, a pesar de su belleza de color, hubiera sido como una repetición -en otra etapa de la pintura- de lo que antes había acontecido con la escuela de Siena.

La Visitación de Vittore Carpaccio
La Visitación de Vittore Carpaccio (Museo Carrer, Venecia). Carpaccio parte sin duda de los despliegues panorámicos de Gentile Bellini, pero con un sentido narrativo mucho más elaborado. De Giovanni Bellini, en cambio, toma esa relación tonal del color, cualidad extraordinaria que unifica y ambienta personajes, arquitectura y paisaje en un todo armónico.