La escuela de pintura veneciana

 

Venecia, por sus relaciones constantes con el Oriente, se había conservado fiel al arte bizantino. Era, realmente, más una colonia espiritual de Bizancio que otra provincia de la nueva Italia del Renacimiento. El viajero que estudia las pinturas primitivas de los museos y los frescos de las iglesias románicas de Toscana y el Lacio, ve de qué manera, ya en la primera mitad del siglo XIII, los pintores y escultores que preceden a Giotto, Duccio y Cavallini empiezan a lanzarse por las nuevas vías del gran arte italiano. Venecia no participa de este movimiento. Giotto en el siglo XIV, llega hasta Padua; en el XV, Donatello y Verrocchio van también al territorio de la Serenísima República para ejecutar encargos; pero hasta después de la caída de Constantinopla no puede decirse que haya verdadero arte veneciano en pintura y escultura.
Venecia entra en escena cuando, agotada Toscana, la pintura y la escultura, con Rafael y Miguel Ángel, han producido en Roma frutos de completa madurez. Entonces es cuando los pintores venecianos, llenos de fogoso entusiasmo por el color y la vida de la naturaleza, acaso más que por las formas, rejuvenecen el arte italiano, prolongando su evolución por espacio de otro medio siglo. En los últimos años de su vida, Miguel Ángel pudo ver aún las pinturas de Tiziano. El viejo maestro, acostumbrado a la severa disciplina romana, censura algunas libertades que se advierten en el dibujo de Tiziano, pero no puede por menos de admirar la rica magnificencia del color. "¡Ah, si esta gente hubiese tenido, como nosotros, cada día a la vista los mármoles antiguos!"..., exclama con cierto recelo de haber sido superado.
Y, sin embargo, ¡cuántas veces, al mirar un cuadro de Tiziano o el Veronés, el pensamiento se remonta hasta la antigüedad clásica! Ellos nos sugieren lo que debían ser los cuadros más estimados de los antiguos. La Venus del Giorgione y la Flora o la Bacanal de Tiziano, con su paganismo de formas y de espíritu, nos parecen a veces obras de alguna escuela helénica que sobreviviera todavía y se hubiese desarrollado misteriosamente a través de los siglos.
Son modernas estas obras de los artistas venecianos y también antiguas. Miguel Ángel pensaba sólo en las esculturas y los mármoles; no conoció la pintura antigua, y tampoco la conocieron los venecianos, pero fueron a buscar su inspiración en las mismas fuentes que los antiguos griegos: en el amor de la vida humana y en los paisajes radiantes de luz, en la libertad de la belleza, que sintieron los griegos tan profundamente.
El proceso que determinó la liberación de las normas del bizantinismo fue lento. A mediados del siglo XV la pintura veneciana es gótica, aunque algunos autores, como Antonio Vivarini, recojan ciertos elementos de florentinismo, y otros, como el elegantísimo Cario Crivelli (1430-1493), entre alardes de naturalismo, apunten detalles de espaciosa y complicada monumentalidad.
Alvise Vivarini, en la segunda mitad del siglo XV, es ya un autor renacentista; pero los primeros grandes pintores del Renacimiento veneciano son, sin duda, los hermanos Bellini. Su padre, Jacopo, era pintor de relativo mérito formado en Umbría. Giovanni (llamado Giambellino) y Gentile conservaron el álbum de dibujos de su padre como una reliquia preciosa, legándolo el uno al otro en testamento. Su hermana, Nicolasa Bellini, casó con Mantegna, y en el taller de los Bellini se formó el joven Giorgione, que había de ser el maestro de Tiziano. Así, los dos hermanos son el eslabón que enlaza el precedente arte italiano con la nueva etapa de Venecia.
El nombre de los Bellini llenó en Venecia toda la segunda mitad del siglo XV. Gentile parece haber sido el mayor de estos dos hermanos. Por algunos documentos se sabe que tenían su taller cerca de San Marcos, y Vasari hace casi una novela del amor entrañable que se profesaron. Ambos recibieron encargos muy valiosos y percibieron sueldos fijos como pintores oficiales de la Serenísima República. Cuando el sultán Mehmet II escribió al Senado para que le mandara un buen pintor, la República, acaso para no desprenderse de Giovanni, ocupado en su servicio, envió a Gentile a Estambul. "El Gran Turco recibió a Gentile Bellini -dice Vasari- con mucha amabilidad, sobre todo cuando vio su retrato, tan divinamente reproducido.” Gentile volvió a Venecia lleno de impresiones y recuerdos de Oriente; en los fondos de sus cuadros aparecen a veces alminares y torres, y sus muchedumbres llevan turbantes como en El Cairo o Estambul.

 

 

Transfiguración de Giovanni Bellini
Transfiguración de Giovanni Bellini (Galería Nacional de Capodimonte, Nápoles). La luz se concentra en la blanca túnica de Cristo, situado en el centro de un vibrante paisaje entre Elias y Moisés.

 

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