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Historia del Arte

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El genio escultórico de Miguel Ángel (II)

Todo el grupo está admirablemente compuesto dentro de su silueta de mármol. Miguel Ángel hacía gala de que no hay ningún concepto o idea que un buen artista no pueda circunscribir en un bloque de piedra. Con esto se define escultor, y en una carta a Varchi (el que hubo de pronunciar su oración fúnebre), escrita en su vejez, defiende todavía la escultura contra los que suponían que era menos noble que la pintura: «por más que, como vos decís, si las cosas que tienen un mismo fin son la misma cosa, pintura y escultura serán también idénticas». Esto nos dará una idea de cómo platicaban, cómo platonizaban de arte, Miguel Ángel y sus amigos.

De qué manera circunscribe Miguel Ángel sus asuntos en un mármol se puede ver en sus grupos, donde las figuras parecen acurrucarse en el bloque, dándole forma en lugar de tomarla de él, y sobre todo en los difíciles problemas de los tondos o medallones. Un gigantesco problema de este género se le presentaría a su regreso de Roma, cuando los administradores de la catedral de Florencia le encargaron que sacara el mayor provecho posible de un gran bloque de mármol abandonado, que había sido medio destruido por las tentativas de otro escultor.
Miguel Ángel hizo salir de aquella piedra el David, que es la apoteosis de su obra juvenil. Duró este trabajo más de dos años. El 14 de mayo de 1504 fue trasladada la estatua desde su taller, detrás de la catedral, al sitio en que estuvo hasta hace poco, en la entrada del Palacio de la Señoría.
De allí, donde en la actualidad queda sólo una copia, ha pasado el original al Museo de la Academia.

El cardenal Della Rovere, vuelto de nuevo a Roma y elegido entonces Papa con el nombre de Julio II, encargó a Miguel Ángel la obra de su sepultura, que tenía que ser el tormento de toda la vida del gran escultor, la tragedia del sepolcro, como dice Condivi. Julio II, violento en todo y extremado, quería una sepultura gigantesca, de suerte que por algún tiempo se pensó en colocarla en el centro de la iglesia empezada por Bramante, en el propio lugar donde está el sepulcro de San Pedro.

Más tarde aceptó un proyecto menos ambicioso, según el cual su sepultura sería una especie de monumento rectangular, pero adosado al muro, proyectando sólo tres fachadas. Condivi da las medidas y los particulares de este primer proyecto de Miguel Ángel. El cuerpo saliente del sepulcro tendría una fachada de frente, la menor, donde estaría la puerta para entrar en la cámara sepulcral. En las fachadas laterales, de doble longitud, habría nichos con estatuas de virtudes con otras de prisioneros, de las que Miguel Ángel sólo llegó a ejecutar dos, las cuales se encuentran actualmente en el Louvre. En lo alto del monumento sepulcral, en el centro, se colocarían dos ángeles sosteniendo un simulacro funerario y cuatro profetas sentados en los ángulos.
Uno de ellos es el famoso Moisés, la única estatua de Miguel Ángel que había de adornar la sepultura definitiva de Julio II.

Pronto la burocracia papal tenía que desilusionar su alma sincera, algo primitiva. De regreso en Roma, los mármoles, que por mar le habían precedido, llenaban ya, aguardándole, una gran extensión del muelle. Quiso en seguida Miguel Ángel cumplir sus compromisos y pagar los fletes, y para ello surgieron ya dificultades. Después los pagos se hicieron cada vez más difíciles, hasta que, por último, habiéndose presentado varias veces para cobrar lo prometido, le fue negada la entrada en la cámara pontificia. Furioso, decidió partir de Roma, y tomando la posta para ir más de prisa, por temor a que el Papa mandara emisarios para detenerle, no paró hasta Poggibonsi, en tierra ya de los florentinos.

En noviembre del mismo año 1506, el Papa y el escultor se reconciliaban en Bolonia, pero Julio II, con sus propios encargos, era el primero en demorar la obra de su sepultura.
Primero le encargó una estatua de bronce para Bolonia, en la que Miguel Ángel perdió dos años, porque muy pronto hubieron de destruirla los boloñeses. Después, por imposición también de Julio II, emprendió la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, en la que había de emplear cuatro años, y así se iba demorando la ejecución del sepulcro.

Miguel Ángel
Relieve de la Batalla de los Centauros de Miguel Ángel (Detalle, Casa Buonarroti, Florencia). En este relieve, una de las obras, según se cuenta, más apreciadas por el autor, sobresale el detallado esculpido de los cuerpos, enfrascados en un feroz combate.

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