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Historia del Arte

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El genio escultórico de Miguel Ángel (III)

Los papas que sucedieron a Julio II, sobre todo los dos Médicis, León X y Clemente VII, encariñados también con proyectos de obras nuevas personales, se comprende que no habrían de tomarse gran interés por el sepulcro de su antecesor, que forzosamente había de distraer a Miguel Ángel de otros encargos.

Por su parte, los ejecutores testamentarios de Julio II importunaban a Miguel Ángel para que cumpliera sus compromisos en la obra. Eran personajes influyentes, y el escultor estaba comprometido con ellos por contratos formales. Bajo León X parece que tuvo algunos años de respiro, y durante este tiempo terminó el Moisés (hacia 1515-1516). Después, como los nuevos encargos no le permitían ocuparse ya en la sepultura de Julio II, los Papas obligaron paulatinamente a los albaceas del pontífice difunto a contentarse con un proyecto cada vez más reducido.
Por fin, al cabo de treinta años, en 1542, se fijó el plan definitivo; el sepulcro, en lugar de ser un monumento proyectado fuera del muro, lleno de estatuas y alegorías, sería una simple pared decorada sólo con tres estatuas realizadas por Miguel Ángel: el Moisés y las figuras de Lea y Raquel.

La fachada de San Lorenzo, iglesia construida por Brunelleschi en Florencia, fue proyectada por Miguel Ángel para León X, y acabó también muy mal, pues ni llegó a comenzarse, y las fatigas para reunir los mármoles de Carrara resultaron inútiles; el edificio se halla todavía desprovisto de fachada en nuestros días. Miguel Ángel, en una de sus cartas, describe los peligros de hacer descender las grandes moles de lo alto de la montaña, operación que él, como todo lo suyo, dirigía personalmente.

En cambio, mejor suerte tuvo el proyecto del segundo papa Médicis: la sepultura común de sus antepasados en una sacristía del propio San Lorenzo; pues si bien tampoco llegó a terminarla Miguel Ángel con el plan propuesto, esculpió dos de las sepulturas y una Virgen, reuniéndose en conjunto allí siete estatuas, acaso las más perfectas del gran escultor. El Papa quería cuatro sepulcros, uno en cada paramento de la capilla cuadrada; la Virgen que ahora está en una pared, entre los santos Cosme y Damián, debía ocupar el centro, sobre un altar.

Habiendo sido ya el viejo Cosme y sus hijos sepultados honrosamente en una tumba ejecutada por Verrocchio, los Médicis que Clemente VII quería glorificar con un sepulcro eran Lorenzo el Magnífico, padre de León X, y Juliano, hermano de Lorenzo, padre del propio papa Clemente. Estos dos pertenecían a la generación que podríamos llamar heroica o gloriosa de los Médicis, y para ellos seguramente Miguel Ángel hubiera ejecutado sus sepulcros muy gustoso, pues no podía olvidar la hospitalidad que recibió de ellos cuando niño y las lecciones y el cariño de Lorenzo el Magnífico, su primer protector. Pero el Papa quería además otras dos sepulturas para otros dos Médicis, llamados también Lorenzo y Juliano, aunque indignos sucesores de los primeros, y éstas fueron las que Miguel Ángel tuvo que ejecutar entonces, precisamente cuando los Médicis estaban combatiendo contra Florencia, o por lo menos contra lo que quedaba aún de honorable en la vieja ciudad, a la que el maestro pertenecía.

Vasari describe pomposamente, como no podía menos, dado su cargo de artista áulico, estos dos personajes: «El uno, el pensativo (il pensieroso) duque Lorenzo, con semblante de sabiduría, medita, cruzadas las piernas de modo admirable; el otro, el duque Juliano, alza la cabeza fiera, los ojos y el perfil divinos». Debajo de cada uno de estos retratos están los sarcófagos, con una tapa curva, donde se apoyan recostadas las alegorías del Día y la Noche, del Alba y del Ocaso, como para dar idea del curso del tiempo, que arrastra a la eternidad. La Noche parece que duerme, a manera de una giganta cansada que reposa.»En esta piedra -escribió Carlos Strozzi- duerme la vida; tócala, si lo dudas, y empezará a hablarte”
Miguel Ángel, como resumiendo sus tristezas de aquel siglo corrompido, habló por boca de la Noche en unos versos famosos de un soneto suyo a la estatua: «Grato me es el dormir, y más el ser de piedra -mientras el mal y la vergüenza dura. -El no ver, no sentir, es mi ventura, -no me despiertes, no; habla muy bajo». El Día levanta por sobre el hombro la cabeza medio desbastada, como el halo del sol, cuyo contorno los ojos no distinguen de una manera fija.

doctorado historia del arte
La Aurora de Miguel Ángel. Una de las esculturas de la tumba de Lorenzo de Médicis en la Capilla Medicea de la Iglesia de San Lorenzo, Florencia. En esta hermosa sibila, Miguel Ángel logró expresar el esfuerzo por desperezarse del sueño en una figura eminentemente pasiva. Todo en esta capilla funeraria se integra en una unidad: los mausoleos en la arquitectura, la escultura a su vez en los mausoleos.

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