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Historia del Arte

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El Greco viaja a España II

En esa época, todavía El Greco no se ha afincado en Toledo, pues sus contrarios señalan «que no tienen por qué estar en esta ciudad, ni tiene bienes en ella». Sus esperanzas apuntan hacia la corte y, sobre todo, a El Escorial. Acaso para decorar el sepulcro de don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II muerto en 1578, pinta Theotocópuli en 1579 el cuadrito conocido por el nombre inexacto de Sueño de Felipe II (Escorial; réplica, muy inferior, en Londres). En la época se le llamaba la Gloria) más justo es denominarlo Adoración del Nombre de Jesús, ante cuyo anagrama, I.H.S., doblan la rodilla el Cielo, la Tierra y el Infierno.

El cuadro se divide en esas tres zonas: la superior, con ángeles pataleantes, a estilo de Correggio; las dos inferiores, una redondeada, como hubiera querido Galileo, y otra en forma de fauces, como los más tradicionales iconos bizantinos. En la Tierra aparece Felipe II con otros personajes que se han identificado como el Papa, el Dux y el propio don Juan. Ello permite a Anthony Blunt asignar al cuadro el sentido de «Alegoría de la Liga contra los Turcos», que logró el triunfo de Lepanto en 1571.

El cuadro, bastante ticianesco por sus gamas calientes y su factura suelta pero cuidada, agradó al rey, que encargó a El Greco un gran lienzo para la iglesia de El Escorial, cuyos altares dejó interrumpidos la muerte de Navarrete el Mudo, justamente en 1579. El tema asignado era el Martirio de San Mauricio, jefe de la Legión Tebana, ejecutado por orden de Maximiano en el siglo III; la Legión fue diezmada por dos veces y finalmente pasada a cuchillo, con sus capitanes. Esos episodios recoge el cuadro de El Greco. En primer término, vemos a Mauricio exhortando a sus oficiales; en segundo, ayudando a morir a los legionarios diezmados; al fondo, a la cabeza de sus soldados, rehusando obedecer a los enviados del emperador, ante un diminuto y magistral paisaje, verde oscuro y blanco, totalmente grequiano.

Una «gloria» triangular, con antecedentes del Veronés, pero colocada asimétricamente para compensar la asimetría del primer grupo, y en la que aparecen tipos de ángeles luego muy repetidos por el pintor (el ángel tañedor de viola, el ángel campana, de faldas amplias y piernas juntas, los racimos de cabezas de angelotes), completa esta atrevida composición, si liberal y cálida en su factura, consciente y aplicadamente manierista por su iconografía (el santo-héroe con uniforme a la romana y piernas desnudas), por el color brillante y frío, como de joya, dominado por un desconcertante acorde azul-amarillo de las lorigas ajustadas a los músculos de los jefes, y por el alargado canon de los cuerpos.

Permítasenos recordar aquí que la exagerada altura de los personajes de El Greco no es carácter particular de este pintor ni, mucho menos, anormalidad de su vista: toda la Europa culta de la segunda mitad del siglo XVI, de Florencia a Praga, de Amsterdam a Fontainebleau, alargaba desmesuradamente las figuras, y las de Rosso, Primaticcio, Pontormo, Vasari, Carón, De Vos, Goltzius o Spranger (por no citar más) son tan altas o incluso más que las de El Greco.
el greco
Pentecostés de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Cuadro que reproduce casi exactamente el relato de los Hechos de los Apóstoles. En el centro aparece la Virgen, que preside la reunión acompañada por dos mujeres y los Apóstoles, en actitud de recibir la llama del Espíritu Santo.

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