Pero lo que da valor a la cúpula de Brunelleschi no es su magnitud, sino su belleza. Vasari, escribiendo un siglo más tarde, refleja aún el asombro de los florentinos al verla erguirse tan bella sobre la ciudad. «Ella -dice- parecía una nueva colina que hubiese nacido en medio de las casas; las graciosas colinas toscanas de los alrededores la reconocieron enseguida por su hermana.» Así se indica la admirable compenetración de esta obra arquitectónica con el ambiente que la rodea; ella no puede ser sino florentina.
Es una de las obras más universales en espíritu que ha construido la humanidad, disimulando su volumen por el gesto gracioso de su perfil y una elegancia natural que sólo Florencia podía producir. Con su forma ligeramente apuntada, puesta sobre el tambor octogonal, con las simples ventanas circulares, el severo color de sus tejas y la bella linterna de mármol en lo alto, todavía hoy es lo que más caracteriza el panorama de Florencia.
Brunelleschi no logró verla terminada, y puede decirse que dedicó toda su vida a esta gran cúpula; en el año 1420 empezó a dirigir los trabajos y hasta 1445 no se puso la primera piedra de la linterna, y él murió al año siguiente. Naturalmente, fue enterrado en la misma Santa Maria del Fiore. Sobre su tumba, Buggiano esculpió un retrato que es un equivalente plástico de la frase que escribió Vasari: Fu Filippo facetissimo nel suo ragionamento e moho arguto nelle rispaste. Son preciosas las noticias que tenemos de este primer arquitecto del Renacimiento, conservadas, además del libro de Vasari, en otros escritos contemporáneos, como el de Manetti.
De ellos se desprende que Brunelleschi, habilísimo en todas las artes, las abandonó por su afición dominante, que era la arquitectura. El grupo de artistas y literatos florentinos de la primera mitad del siglo XV sentía por el director de la cúpula una admiración sin límites. Y, realmente, Brunelleschi era digno de los elogios que le prodigaron los artistas de su tiempo y del respeto que le han dispensado las generaciones sucesivas: la cúpula de Florencia es uno de los pocos monumentos que desde su construcción se ha estimado unánimemente como perfecto, a pesar de los cambios de gusto de cada época. A medida que se va comprendiendo mejor el verdadero sentido de aquella obra, se advierte que su autor uniría, a la pasión por las formas, una constancia y una disciplina para el estudio que a menudo se han juzgado incompatibles con el genio. Para levantar aquella simple media naranja de la cúpula de Florencia, Brunelleschi puso a contribución sus estudios de las antigüedades romanas, de los cimborrios medievales y acaso de las cúpulas bizantinas de Ravena, y con estos elementos, reunidos genialmente, produjo una obra original en todos sentidos.
Filippo Brunelleschi había sido orfebre en su juventud, realizó trabajos de relojería y, después, de escultura junto con Donatello, el cual se declaró vencido en una competición entre ambos para realizar una imagen de Cristo crucificado. Y lo abandonó todo para dedicarse a la arquitectura y desarrollar un nuevo concepto del espacio, el que corresponde a la sensibilidad de los tiempos modernos.
Brunelleschi fue quien descubrió los principios de la perspectiva, genial invención para representar el espacio de tres dimensiones sobre una superficie plana, igual que lo realiza la cámara fotográfica, inventada cuatrocientos años más tarde. La fecundidad increíble de su invención de la perspectiva -que él aplicó, como se verá, a sus construcciones arquitectónicas- como método para analizar el espacio, se revela en el hecho de que durante casi quinientos años (hasta el desarrollo del cubismo por Picasso) los pintores no concibieron otra forma de representar el espacio tridimensional y esto pese a que, desde el tercer decenio del siglo XIX, la cámara fotográfica era capaz de realizar la misma operación mecánicamente.
Como ha demostrado G. C. Argan -cuyas conclusiones se utilizan en los párrafos siguientes- en las formas perfectas de su arquitectura, Brunelleschi expresó no sólo una nueva y grandiosa concepción del mundo, sino una nueva condición de la mente humana. Ello aparece con evidencia en toda su obra, y, para empezar, en la cúpula de Santa María del Fiore que debía ser la llave que coordinase en un nuevo sistema todos los elementos que componían la catedral, de tal forma que la significación global del monumento fuese la expresión no de la antigua sociedad medieval que había construido el templo, sino de la actual sociedad florentina.
Para ello, proyectó la doble cúpula no sólo por las razones técnicas que exigía la mecánica de fuerzas, sino por una específica razón formal: «para que resulte más magnífica y turgente», según las palabras del propio Brunelleschi. Es decir, que la finalidad de la doble cúpula, desde este punto de vista, es diferenciar sus proporciones según se trate de los espacios vacíos del interior o de los volúmenes llenos, de la distribución de las masas, en el exterior. En efecto, en el interior, la cúpula no tiene nerviaciones y los triángulos esféricos, al encontrarse determinan ángulos diedros curvados; de esta forma, la cúpula interna coordina las diversas direcciones espaciales de la nave y del tambor octogonal y las conduce al profundo vacío, en fuga, de la linterna, de acuerdo con las leyes de la perspectiva. En el exterior, en cambio, donde se trata de coordinar las masas y no los espacios vacíos, los triángulos esféricos -más esbeltos porque aquí son apuntados- aparecen como tensas membranas rosadas, entre el armazón potente de las nerviaciones de mármol blanco que conducen el movimiento de masas del edificio hasta la airosa linterna que corona la cúpula.
