Este era, por tanto, el estado general de la pintura española en el no poco fecundo siglo XVI cuando en ella vino a incidir un hombre de destacaría sin lugar a dudas por encima de todos los demás. Se trata de la genial figura de El Greco.
A continuación se pasará a reseñar un apartado del arte español de la citada centuria y que también merece atención. En las artes aplicadas, el siglo XVI español fue brillantísimo. Los plateros y orfebres, por ejemplo, dejaron entonces obras portentosas y que aún hoy no pueden por menos que dejar admirados por la sensibilidad que desprenden y la maestría técnica que demostraron sus autores. Los artistas que se dedicaban a estas labores en aquella época eran numerosísimos y, por ejemplo, cabe destacar a los Becerril, los Cosida, de Zaragoza, etc., por citar sólo algunos.
El tronco de la familia de los Arfe fue Enrique, platero alemán a quien Cisneros encargó la suntuosa custodia de la catedral de Toledo. Su hijo Antonio realizó en 1554 la que posee la catedral de Santiago, y el nieto de Enrique, Juan, ha sido considerado como el águila de la familia. Como Herrera, fue un apasionado del arte grecorromano, y teorizó sobre su oficio en un librito escrito en octavas reales. En él describe la custodia que realizó para El Escorial y que más tarde desapareció en los avatares de la guerra napoleónica. Los Becerril, de Cuenca, fueron también tres: dos hermanos, Francisco y Alonso, y el hijo de este último, Cristóbal.
Otra especialidad brillante de la época aparte de las ya mencionadas fueron las grandes rejas catedralicias, que en España conforman un patrimonio verdaderamente interesante. Por ejemplo, la hermosa reja que puede observarse en la capilla mayor de la catedral de Toledo es obra de Francisco de Villalpando; tiene siete metros de alto, y se invirtieron nada menos que diez años en labrarla.
La del coro de la misma catedral, asimismo, es del maestro Domingo. Se comprometió a hacerla, en el año 1540, por cinco mil ducados, si se le proporcionaba todo el oro y la plata necesarios para su embellecimiento. Eso da idea de la monumentalidad de tales obras.
Por otra parte, como no podía ser de otra manera en un país en el que la religión jugaba un papel tan relevante, los bordados de ornamento religioso fueron entonces fastuosos y también merecen pertenecer a la categoría de obra de arte. Sobresalieron, sin lugar a dudas, los bordados que con tan buen oficio ejecutaron los monjes Jerónimos de Guadalupe.
Elizabeth de Valois de Alonso Sánchez Coello (Kunsthistorisches Museum, Viena). Retrato de la hija de Enrique II y Catalina de Médicis, que estaba prometida al príncipe Carlos, pero terminó convirtiéndose en la tercera esposa de su padre, Felipe II.